Hallacas de mis amores

La hallaca venezolana sea de donde sea, es una auténtica labor de orfebrería culinaria, un hallazgo maravilloso de costumbres y genuinas innovaciones

Eran aquellos tiempos, donde comerse una hallaca implicaba un acto milagroso, amoroso, sencillo, modesto y tradicional, pero sobre todo preparar este original pastel de origen indómito y sorprendente era adentrarse en atmósferas, imbuidas de unión, paz y armonía, tomados de la mano de Dios. En casa de mi amada madre, Hermelinda de Pineda, elaborar este suculento alimento era una lección implacable de humanidad, una obra de arte familiar, alcanzando categoría de patrimonio nacional por su carácter participativo, creativo, integrador, solidario, popular, y apasionado, llevando en su caliente y aromático guiso de gallina y cerdo y aliñada harina de maíz o plátano,  mensajes de irreverentes poesías, recitadas en amaneceres turbulentos a la luz de trasnochadas lunas.

Nuestra hallaca, nativa del Sur del Lago de Maracaibo, tiene una larga trayectoria proletaria, bohemia e iluminada, impregnada a su vez de dignidad, valentía, coraje y clásica elegancia, posee una irrevocable  vocación aventurera. Se trabajaba la masa a base de plátano, cultivados en los mágicos suelos vaporosos, limítrofes entre las montañas andinas y los dicharacheros marullos lacustres, dándole un sustento de sobria calidez y textura untuosa al relleno, apenas dejando sentir el picantico, cuando en el paladar van encontrándose la definida presencia del ají dulce con la cebolla, garbanzos y pasitas, envueltos delicadamente en hojas de bijao. 

La hallaca venezolana sea de donde sea, es una auténtica labor de orfebrería culinaria, un hallazgo maravilloso de costumbres y genuinas innovaciones, sin embargo la buena hallaca surlaguense, rompe paradigmas, altera lo establecido y fractura la cotidianidad, construida con una arquitectura distinta de habitantes legendarios, batallando permanentemente entre sueños y realidades de una tierra inhóspita pero prometedora, inmemorablemente conjugaron sabores conocidos e impredecibles, combinando a su vez la tersa superficie del plátano con la intensidad de las carnes, resultando un equilibrio perfecto, que recuerda fantásticas historias como navegar en esas grandes barcazas de madera por el río Escalante a la luz del impresionante Relámpago del Catatumbo. Afortunadamente, hoy desayuné con dos hallacas surlaguenses en casa de mi querida hermana Sory, de allí esta historia nostálgica y amorosa.  

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