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La autora de la novela clásica estadounidense “Matar un ruiseñor” fue enterrada en una ceremonia privada a la que solo asistieron sus amigos y familiares más cercanos, un reflejo de la forma en que Harper Lee vivió.
Una decena de personas que formaron parte del círculo más íntimo de Lee se reunieron ayer en un templo en la pequeña ciudad de Monroe, en Alabama, que la escritora utilizó como modelo para la ciudad imaginaria de Maycomb, el sitio donde transcurre la acción de su novela ganadora del premio Pulitzer. Lee murió el viernes a los 89 años.
Un viejo amigo de Lee, el profesor de historia Wayne Flynt, hizo un recuerdo de Lee en la ceremonia en el templo de la iglesia First United Methodist. Momentos después, su ataúd fue trasladado a un cementerio adyacente donde sus padres -A. C. Lee y Frances Finch Lee- y su hermana, Alice Lee, están enterrados.
Múltiples rosas rojas y blancas cubrían la lápida de la familia en el cementerio.
Flynt dijo que leyó un discurso de homenaje póstumo que Lee pidió expresamente hace años. El discurso fue un homenaje que Flynt dio en 2006 cuando ella ganó el premio de la Fundación Birmingham Pledge para la justicia racial. Flynt dijo que a Lee le gustó tanto el discurso que le pidió que lo leyera en su funeral.
Los detalles del servicio se cumplieron con rigor. La escritora, que durante décadas había negado entrevistas a los medios, había querido un entierro rápido y silencioso, sin pompa ni fanfarria, dijeron sus familiares.
“Hemos cumplido con sus deseos”, dijo Jackie Stovall, prima segundo de Lee.
El pueblo lucía sombrío justo un día después de la muerte de su hija. Había lazos negros adornando las puertas del antiguo juzgado en Monroe, donde Lee cuando era niña -al igual que su creación literaria Scout Finch- solía asomarse desde el balcón, mientras su padre abogado trabajaba en casos en los tribunales.
Los ruiseñores piaban y retozaban entre las florecientes camelias fuera de la corte en una cálida mañana de Alabama, que parecía más una primavera adelantada que de invierno.