Hasta
Históricamente, cuando las civilizaciones son atrapadas por la impunidad, caen en la más vil, cruenta y mortal decadencia, porque sus bases éticas son destruidas por la corrupción, la usurpación y la arbitrariedad. Si en este trance, no expían sus desafueros y desaciertos, mueren para dar paso a otras. Algunos hombres, en base a sus intereses, buscan preservarlas sin reparar en lo ético. Pero de manera natural, en los hombres siempre hay reservas éticas que preservan las buenas costumbres. Ciertamente, esa es la preservación del Estado y del Gobierno; pero por encima de ellos se impone, simultáneamente, la ética individual y colectiva. Sitial que salva al ser humano, al ciudadano.
En la presente crisis venezolana, los esbirros, que los hay instruidos, pero poco educados, no hacen más que adular y nutrirse del poder, siguen órdenes hasta llegar “a la terrible banalidad del mal”, como lo refería la filosofa alemana Hannah Arendt, en su conocida obra: Eichmann en Jerusalén.Y, en revolución, se da bajo la obediencia ciega del mandato de los amos rojos. Hasta ahora, déspotas y esbirros se mueven astutamente sobre el tablero político; pero dejan vestigios de sus excesos y fracasos. Su vocería, mendaz y difamadora, lo evidencia.
César Vidal, a través del enigmático personaje que conoció al oficial romano Lucius Arturo Castus nos relata: “Cuando el jefe de municipio es corrupto y arranca los árboles por docenas en lugar de plantarlos, cuando el soldado roba a manos llenas, cuando el juez no esclarece la realidad, sino que parece complacerse en cubrirla con velos sucesivos, cuando los escribas no registran la verdad sino que urden mentiras… ah, cuando todo esto sucede, es que hay un déspota colocado en las alturas”. Pero, nosotros al leerlo, pudiéramos recurrir a la sentencia de: “Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad”.
Annuziata Rossi, en su ya citado ensayo, Maquiavelo y la concepción cíclica de la historia, expresa: “La virtud política no es la virtud moral que tiene que dirigir las acciones del individuo en su vida privada, del ciudadano”. Pero, tenemos que decirlo, un verdadero ciudadano, el que ejerce su ciudadanía, hace sentir sus derechos y cumple con sus deberes, jamás buscará evadirse de la realidad circundante sin luchar contra vicios y delitos. En consecuencia, en ningún momento, la moral política, podrá anular los derechos del ciudadano. Pero, en abusos y excesos, se le ha ido la mano, a lo que, algunos atrevidos, han llamado revolución.