Luego de haber tomado un breve descanso de casi un mes en mi labor altruista de columnista, retomo la misma tratando de dar respuesta alguna serie de interrogantes que ustedes mis estimados lectores deben estarse haciendo luego del ¡paquetazo rojo! anunciado por el chofer cucuteño con licencia de quinta chimba, la primera de ellas es ¿qué viene ahora? La respuesta es muy sencilla más hiperinflación pero en su modalidad más aniquilante de la vida humana.
Porque la misma no va responder en mayor cuantía a los impulsos monetarios producidos por el banco central y su ya característica política monetaria hiperexpansiva para financiar el gasto fiscal populista del régimen, sino a las expectativas adaptivas de los agentes económicos con base a sus propias experiencias los cuales ajustaran los precios con base a la evolución de los mismos en periodos pasados, descartando la posibilidad que el ente emisor pueda controlarla a través del manejo de la política monetaria. .
El argumento anterior precisamente responde a la analogía que puede hacerse con estudios anteriores hechos en esta materia, por prestigiosos y laureados investigadores como Steve H. Hanke y Alex K. F. Kwok (2009) en el caso Zimbawe; Sargent (1982) en su obra “El fin de las cuatro grandes inflaciones” de los países de Austria, Hungría, Polonia y Alemania de 1921 a 1924, y el trabajo clásico y muy vigente de Cagan (1956) sobre la demanda de dinero en períodos de hiperinflación.
Por ello el craso error del régimen en haber aumentado el salario mínimo en un 5.900% en pleno escenario de hiperinflación con depresión económica, lo cual resulta una dosis letal para supervivencia económica de empresas y comercios, razón por la cual según instituciones como CONSECOMERCIO y FEDECAMARAS el 40% de las mismas se mantiene cerradas preventivamente, a la espera de los eventos económicos a sobrevenir y el 60% restante que han asumido el riesgo de mantener sus puertas abiertas se han visto obligadas a incrementar sus precios de 3 a 6 veces, para no descapitalizarse y garantizar la mínima rotación de sus inventarios, ante el enorme peso que significaran de ahora en adelante los pasivos laborales y salarios.
No obstante la barrabasada mayor, como siempre proviene del gobierno pretendiendo forzar a las empresas y comercios a fijar precios en pleno proceso hiperinflacionario, pero ahora también a ellos les estalla el problema en la cara por los más de 7 millones entre empleados públicos y pensionados dependientes de la administración pública que se convierten en una carga fiscal enorme para el estado, y cuyos ingresos fiscales son totalmente insuficientes para financiar dicho gasto, a menos que se aumente la gasolina a precios internacionales lo cual tendría también un costo inflacionario pero en menor grado.
Por ello el régimen esta entrapado en su propia tela de araña populista, y todo el gigantesco gasto de fin de año terminará financiándolo vía emisión monetaria auspiciando una mayor hiperinflación a la ya existente, por ello el enorme miedo de desembolsar todos esos recursos en mayor cuantía, subdividiendo los pagos salariales en semanas para que shock en el nivel de precios sea lo menos traumático posible.