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La capital del municipio Guajira está “tocando fondo”. Los pobladores de Sinamaica caminan por sus áridas calles como espantos a media noche, las ropas parecen estar vacías por la delgadez de sus cuerpos, ellos mismos llevan su cuenta de "cuántos kilos han botado". El rango es de 10 a 18 kilos menos de peso. Se sienten débiles, sedientos y desesperados. La Verdad recorre el pueblo que casi toca la laguna del mismo nombre y se ubica al norte del Río Limón.
"Carmen", como se identifica, tiene 66 años de edad y mientras rodaba en su silla de ruedas le contó a este rotativo que a veces tiene que pedir en la plaza o en el destacamento policial porque no tiene qué comer. "Yo vivo con mi hermana y mi hijo, ellos tienen su sueldo pero no nos alcanza". La mujer a la que todos saludan y no falta quien "la ruede" hasta su casa, detiene su medio de transporte obligado para secarse las lágrimas que le corren por sus mejillas arrugadas y susurro: "Me da tristeza ver a mi pueblo así, esta situación yo nunca la había visto. En la Guajira hay muchos niños muertos porque no tienen qué comer. Los niños y los ancianos nos estamos muriendo de hambre, porque si no hay que comer, ¿qué vamos a hacer?".
Carmen Montiel lleva toda la vida en Sinamaica. Hace poco la diabetes y la presión arterial le mutilaron tres dedos del pie, por lo que debe suministrarse un tratamiento que muchas veces no se toma porque no le alcanza el dinero para comprarlo. Para ella es más importante comer, aunque ella y su familia pasan hasta seis días sin almorzar, para poder cenar y desayunar. Así van alternando sacrificar una de las tres comidas. Comen una y "cuando mucho", dos veces al día.
Justos por pecadores
Un poco más adelante en el poblado una mujer sostiene entre sus brazos a su bebé, que de lejos parece cabizbajo. Se trata de Yoleida Sierra, madre de Leobardo de Jesús Amaya, quien está a punto de cumplir tres años y aún no camina, no habla con claridad y a duras penas levanta la mirada. Él y su madre caminan "argos trechos" pidiendo algo para comer. Leobardo sufre de hidrocefalia y para comprobarlo su madre levanta su franela y muestra la válvula que va hasta su ombligo por dentro de la piel.
Yoleida no solo pide, también lava ropa ajena o hace "cualquier marañita" que le dan para reunir dinero porque cada 15 días le venden una bolsa de comida en cinco mil bolívares en un mercalito. Su esposo la ayudaba pero ya no, porque aunque tiene cuatro hijos, solo tiene este a su cargo. "Por desgracia", hace un poco más de un año, el padre del pequeño sufrió un accidente cerebrovascular (ACV) que le provoca fuertes mareos y desmayos.
La mujer debe cargar a su niño todo el día. Aunque a su edad ya debería caminar por sí solo, no puede. Su control médico era en el Hospital Universitario de Maracaibo, pero desde que tiene instalada la válvula, no lo ha visto un galeno. "Para hacer una cosa tengo que sentarlo en una sillita, con miedo a que se me caiga. Ya varias veces se ha caído y tengo que venir rápido a hacerle una placa por la válvula".
La familia vive el sector El Carmen, en la vía al Cuervito. La mayor parte del tiempo comen espagueti cocido, licuado para el bebé. "Yo salgo a pedir cuando se me acaba la bolsa, pero la gente ya no me quiere dar porque dicen que pido siempre. Cómo hago si a él le da hambre, a veces me dan jugo o pan".
Este escenario se repite en 85 por ciento de los hogares de la sub región Guajira, según datos de una fuente de este rotativo en el hospital uno Sinamaica, quien además señala que cuando un niño llega desmayado, producto de la deshidratación que les produce la desnutrición, no es mucha la ayuda que pueden prestar. "Solo le colocamos una solución para hidratarlo porque no tenemos insumos".