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Un par de bolsas negras cubre las extremidades inferiores de Ibrahim Portillo. Sus pies pesan aproximadamente cinco kilos cada uno. A las 5.00 de la mañana comienza su rutina con un necesario ritual: se pone un pedazo de cartón en la planta del pie, lo bordea con un trozo de tela viejo y sucio que antes pareció ser una cortina, aprieta y luego se pone dos bolsas negras que asegura con unos cordones. Se sostiene de su carretilla y la impulsa para que lo ayude a caminar. A Ibrahim ya no le duelen los pies, la presión de la hinchazón le mató la sensibilidad. Se baña cada nueve días, porque en la pieza donde vive “no llega el agua”, por eso envuelve sus pies sucios.
El hombre, de 57 años, pasa el día sentado en una silla al fondo de la iglesia Santa Bárbara donde “se maraña” cuidando carros en un estacionamiento improvisado. En diciembre, hacía de cinco a ocho mil bolívares diarios, pero ahora no hace nada. “Lo que tengo son 200 bolívares que me dio un señor ahorita”. Ibrahim además de luchar con su enfermedad, está desnutrido. Come una sola vez al día, la mayoría de la veces yuca con requesón porque “es lo más barato”, pero a veces se acuesta sin comer.
Mientras se quitaba las bolsas de los pies para mostrar su horror, comentó: Hace 10 años me comenzó esto, pero yo me controlaba, me inyectaba y mejoraba, pero de un año para acá ya los cobres no me alcanzaban y fui empeorando”. En noviembre pasado un hombre lo atropelló, eso lo puso peor, ahora su mano derecha también se le hincha y ya perdió la fuerza. “Me llegó de maldad y solamente me trajo una caja de antiinflamatorios, no lo vi más”.
No siempre fue así
Ibrahim cuenta que “toda la vida ha estado en el centro”. Hace 10 años tenía varios puestos de café en la Circunvalación 1 y en el casco central de Maracaibo, pero quebró. Por eso se dedicó a cuidar carros, actividad que le permitía “vivir mejor” aseguró, pero que “de un tiempo para acá” ya no es así, por eso dice: “Antes de Maduro me iba bien”.
Tiene tres hijos, pero ninguno ve de él. Los justifica por la “mala situación”: “Cuando comenzó la dieta de Maduro me fui con ellos, pero cuando se puso fea la cosa me vine porque ellos también pasan vaina, no me pueden mantener. Maduro ya no es una dieta, es un estilo de vida, aquí todos pasamos hambre”. Confiesa que el hambre lo desespera y a veces quisiera devolverse y pedirles “un poquito de almuerzo”, pero no puede caminar y le toca aguantar el “ardor en el estómago”.
El cuidador de vehículos le confesó a La Verdad que ese día desayunó auyama con mantequilla. “Eso es lo que tengo en el estómago desde las 5.00 de la mañana. Ahorita voy a ver si la guajira me da un poquito de almuerzo”. Se refiere a la mujer que junto a su marido lo deja dormir gratis en su pieza. “Ellos guardan ahí los carritos de los vendedores del centro y yo duermo en una silla de extensión. A veces los ayudo con lo que me gano aquí”.
Un futuro negro
Finalmente logró desnudar sus pies. Lucen sucios y sudados por el encierro y el calor del pavimento. No se lamenta, al contrario, agradece a Dios, a La Chinita y al doctor José Gregorio Hernández de estar vivo, pero casi de inmediato confiesa: “Yo lo único que quiero es curarme”.
Hasta el momento, Ibrahim no tiene un diagnóstico exacto de lo que afecta sus extremidades. Dijo que antes iba al médico, pero “nunca” le dijeron qué tenía. Él supone que elefantitis o algún problema de circulación. “No voy al médico porque no hay cobres. Si voy para el hospital me van a mandar a hacer muchos exámenes porque uno tiene que llevar todo y de dónde voy a sacar para pagar las cosas, si no los tengo. Además, si me dan un récipe, tampoco se consigue nada. Yo veo mi futuro negro”.
A la 1.00 de la tarde se agarra nuevamente de la carretilla donde guarda su ropa y unos trastes para cocinar y literalmente se arrastra hasta la pieza. Allá pasa el resto del día, postrado. Pero antes de partir reveló: “Me pongo bolsas para resguardarme de las piedritas, porque no tengo cotizas y no me alcanza porque aquí se gana solo para comer”.
Ibrahim, el hombre de los pies gigantes, hace una pausa antes de volver a su realidad: “La vida me pesa más que los pies, me siento solo, pero más que eso me duele verme enfermo, porque si no estuviera así, me podría ir mejor porque a mí me gusta trabajar, pero no puedo”. Aseguró que no siente nada. “Si siento rencor o nostalgia me pongo peor, lo único que pido, al que me quiera ayudar es que me curen y me den comida, así siga durmiendo allá”.
Son muchos
Al menos 20 ancianos cuidan carros en estacionamientos improvisados en el casco central de Maracaibo. La mayoría se sostiene de esta actividad económica y espera una pensión para retirarse.
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