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Luego de montarse en tres carritos que los llevan de su casa hasta su lugar de trabajo, Julio Romero se dispone a atender a las cientos de personas que conducen sus vehículos por toda la ciudad, pero que por destino deciden llegar hasta la estación de servicios Bella Vista, ubicada frente al Banco de Venezuela que colinda con la avenida Falcón.
Se levanta a las 4.30 de la mañana y emprende un nuevo día pensando en su familia: seis hijos y su esposa, aunque solo vive con uno de sus niños, los demás están con sus madres. Julio dice que a pesar de que no vive con ellos los atiende y está pendiente “para que nada les falte”.
Cuando tenía apenas 16 años, su pareja en ese momento le dio “el notición” de que sería padre. Estudiaba bachillerato y tuvo que abandonar sus clases para “dedicarse de lleno” al trabajo y brindarle un sustento a su pequeño y a su pareja.
Enfrentando la vida
La primera década como padre estuvo “trabajando duro” en multiservicios mecánicos y estaciones de servicio, surtiendo el combustible a usuarios “que dejan propinas y una sonrisa” y a otros que “ponen su carota y no dan ni los buenos días”.
Al enterarse que sería padre la primera vez dijo “bienvenido” y luego fueron llegando uno a uno sus “niños” que dice “disfrutar al máximo” así “no pasemos todo el tiempo juntos”.
Sudor y lágrimas
Desde 2015 labora al borde de la avenida Bella Vista. Llega a las 6.30 de la mañana y bebe un vaso de leche, que debe comprar junto a sus compañeros, porque “la sangre se vuelve plomo” al estar por tiempo prolongado en contacto con el combustible.
Hace dos años su vida cambió. El 29 de diciembre nació su “bebe” y el 31 de ese mismo mes, a las 10.00 de la mañana, mientras le buscaba unas medicinas en el centro de la ciudad, desde el hospital, le avisaron que “ya no hacía falta” y lo mejor era que se devolviera.
“Cuando llegué dijeron que mi hijo se había muerto y fue lo peor. Fue un desespero total y mientras las personas compraban sus cosas para la cena de fin de año yo estaba pensando cómo hacer para enterrar a mi bebé”.
Era un niño y desde ese momento “siempre está presente porque no es fácil”. Con el sueldo que gana junto a las propinas que varían entre los seis mil y ocho mil bolívares “trata de bandearse” para que le alcance cubrir la educación, comida, transporte y diversión de su familia.
Los seis carritos que debe abordar a diario no lo detienen y junto a su familia espera pasar el día. “Quiero compartir con ellos y aprovecharlos al máximo. Tenemos que luchar por nuestra familia y ponerle amor, compromiso y sacrificio a lo que hacemos. Hay que ser buen padre porque ellos son los que nos van a ayudar y siempre buscar que estudien para que sean alguien en la vida”.
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