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Sigo sin entender la filosofía del bolivarianismo de Maduro y Cilia. Verlos bailar una sabrosa cumbia ante unos seguidores en una tarima de Caracas sólo me causó rechazo. Tremendo cinismo en un momento en que están siendo deportados colombianos, de una muy mala manera, producto de un cierre de la frontera en el Táchira decretado intempestivamente por Maduro.
Apelar a la fibra patriotera, siempre ha sido un viejo expediente de caudillos y autócratas cuando tienen el agua hasta el cuello. Lo hizo el inefable Cipriano Castro en el año 1902 y casi nos cuesta perder al país; lo hizo Galtieri en Argentina con Las Malvinas en el año 1982 y las fuerzas militares argentinas fueron humilladas por las de Inglaterra. En ambos casos, sus promotores fueron apartados del protagonismo político.
A Simón Bolívar y a Venezuela no se le puede entender sin Colombia. La Campaña Admirable del año 1813 donde Bolívar reconquista el occidente de Venezuela, partiendo de Cúcuta, se pudo concretar por la ayuda del Congreso de la Nueva Granada y el apoyo nada despreciable de soldados colombianos. Hubo soldados emblemáticos, auténticos iconos del patriotismo nacional venezolano, como un Atanasio Girardot (1791-1813), que nacido en Antioquia se inmoló en la Batalla de Bárbula, en Naguanagua, Valencia, enfrentando al canario Domingo de Monteverde.
No está de más decir que el gran proyecto político de Bolívar luego de haber alcanzado la Independencia fue la de construir un solo país entre Venezuela, Nueva Granada y Ecuador: la Gran Colombia (1819-1830), teniendo como capital a Bogotá.
La frontera colombo-venezolana es un universo vivo donde más de cinco millones de personas hacen vida. En realidad, es una tierra de nadie bajo el imperio del contrabando, los grupos irregulares y el narcotráfico, todo ello con la complicidad de las fuerzas del orden de ambos gobiernos, no ahora, sino siempre. Ya no sólo se trafica con la gasolina, sino que también se hace con los alimentos, repuestos para automóviles y medicamentos.
Y finalmente, está el estruendo, el jugar irresponsablemente a un conflicto binacional, algo que por cierto el chavismo ya apeló en el pasado, para desviar la atención de una crisis terminal, la venezolana, que como nunca hoy parece estar prisionera de un desenlace esperanzador.