Damocles
Aunque Cicerón, el verdadero, el griego, dice que la espada era del Rey Dionisio de Siracusa, pero los cuentos, fabulas y anécdotas se toman como se cuentan, no como son.
Cuentan que Damocles fue un adulador en la corte de Dionisio, este propagó que Dionisio era realmente afortunado al disponer de tan gran poder y riqueza. El Rey para darle un escarmiento le concedió el trono por un día.
Damocles se transformó, se creyó el amo del mundo, daba órdenes y contraórdenes, humillaba, se burlaba y despreciaba a sus antiguos camaradas. Lo primero que hizo fue montar un bacanal, con banquete, música, vinos, bailarinas y sus propios aduladores. No era Rey, pero obcecado, obsesionado, obnubilado, no recordaba quién lo era, quién lo coloco allí, quién lo podía quitar, eso era de él, sus decisiones eran incuestionable y de sus chistes todos se debían reír.
Damocles gozó siendo servido como un tirano, “dale poder y verás quién es”, pero al final de la comida, en un momento de éxtasis miró hacia arriba: Una pesada y afilada espada colgaba sobre su cabeza, atada por un solo pelo de crin. De súbito, en un ataque de pánico, se le quitaron completamente las ganas de los apetitosos manjares y las hermosas muchachas.
Diciendo incoherencias, pidió al Supremo, al Rey, abandonar con honor ese puesto, el supremo se lo concedió. La espada de Damocles es un sabio cuento para recordar a los gobernantes, los riesgos de abusar del poder que ostentan y abusan.
Cuántos Damocles no han entendido la responsabilidad de su histórico cargo, todo el bien que se puede hacer con este poder, cuánta cultura, educación, enseñanzas humildes que se mantendrán por el tiempo. Como el poder ciega, dejan el ser socialista por el tener capitalista.
Cuántas “espadas” prenden de un hilo sobre ellos. Cuántos trabajadores les tienen guardadas facturas, grabaciones, pruebas de cuando fueron tiranos o delincuentes por un día o por años. Todas sus generaciones sentirán vergüenza por sus nefastas obras u omisiones.
“Para aquel que ve una espada desenvainada sobre su impía cabeza, los festines de Sicilia con su refinamiento, no tendrán dulce sabor, ni el canto de los pájaros y los acordes de la cítara, no le devolverán el sueño, el dulce sueño que no desdeña las humildes viviendas de los campesinos, ni una umbrosa ribera, ni las enramadas de Tempe acariciada por los céfiros". Horacio