Nicolás
El mundo está lleno de situaciones extrañas y de interrelaciones escabrosas; pero por suerte existe literatura, que en muchos casos, llega a ser esclarecedora; aunque no deja de conmover. Además nos alerta sobre los agentes tarifados del totalitarismo. Quien lea las relevantes y distópicas novelas, los interesantes artículos de opinión y magníficos ensayos de Eric Arthur Blair, mejor conocido por su seudónimo George Orwell (1903-1950), no logrará fácilmente desprenderse de la alta sensibilidad de este inglés, que luchó como escritor y soldado, a favor de las libertades. Orwell, en sus dos novelas: Rebelión en la Granja (1945) y 1984 (1949), que en suma, marcan distancia de las distopías y resultan ser, relatos contra sociedades ficticias no deseables, que en sus contenidos, nos hace vivir esa voraz realidad, poniéndonos al tanto de la no viabilidad del totalitarismo, con inteligente profundidad.
Ciertamente, los lobos aúllan para intimidar; por ello, siempre hemos de estar alerta ante su hambre. Pues, esta intencionada forma de proceder, es lo que rechaza el pueblo venezolano, porque lo ha experimentado, sobre su propia humanidad. ¿Acaso, estos preceptos no escapan aún de la boca de algunos voceros del socialismo del siglo XXI? Cuántas veces no hemos escuchado: “Al pueblo hay que mantenerlo ocupado, aunque sea buscando comida”. “No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que aspiren ser escuálidos.” O, “No aceptaré una ley de Amnistía.” De tal manera, estos señores, que intentan quebrar la dignidad de los venezolanos y arruinan al país, ¿acaso, al igual que Fidel Castro, lo único que logran, no es destrozar la imagen del mismo socialismo en el continente?
Por otro lado, Nicolás Maduro, debería darse cuenta, que la Constitución nacional es también para él. Que él, como jefe de Estado, está obligado a obedecerla y acatarla. Por persuasión o por las leyes, ha de entender que el poder no es monopolio del Poder Ejecutivo ni de su partido. Porque, ningún pretexto puede defenestrar, por equívocos o imprudencia, al determinante triunfo que el pueblo se dio, en las recientes elecciones parlamentarias.
De este triunfo, se desprenden claras oportunidades para alcanzar los logros que exigen la realidad política y la diversidad de las multitudes. Venezuela necesita el reino de la sensatez fundada en la imparcialidad política. Esta será la fortaleza más importante que pueda exhibir Gobierno alguno, porque abre oportunidades al país, funda desarrollo e inversión en los factores de producción, enseña justicia al pueblo, lo carga de mensajes positivos y abiertos, hasta alcanzar a reducir, al mínimo, el atropello, la segregación y la miseria.
Quien festeja la victoria, ha de recordar, a las estremecedoras enseñanzas que le dieron las derrotas y las dificultades encontradas en la trayectoria que lo condujeron al triunfo. La oposición democrática no puede caer en la ceguera de la parcialidad política, de la intolerancia y de las prácticas del socialismo del siglo XXI, que siempre colocó al otro como enemigo, sin darle el ápice de ser digno adversario. El triunfo no es para ensañarse en venganza, ni creer que con frases temerarias y revanchismos solucionen problemas. Que la obediencia, lo reiteramos, jamás sea por humillación. Que la persuasión y la imparcialidad política conduzcan hacia las libertades políticas, sociales y económicas.