En estos momentos la política está en pleno desarrollo, pero parece que una de nivel mundial con un fuerte componente geopolítico. El que la dirigencia opositora esté alineada, y en gran medida bajo perfil, da cuenta del acuerdo (voluntario o no) de mantenerse en el barco
El conflicto social en Venezuela entró en una nueva etapa, inédita y por lo tanto incierta. Se rompió el círculo vicioso de marchas-acuerdos, que había convertido la lucha por la restauración de la democracia en una especie de modus vivendi entre quienes dirigían el proceso. El pasado 23 de enero un grupo rompió ese círculo y puso a todos los venezolanos en un terreno incierto, sin duda delicado, pero a la vez cargado de esperanza. Aún los eventos están en pleno desarrollo, y por lo tanto no se sabe qué pasará, pero si algo es seguro es que el país ya no volverá a ser el mismo de los últimos años.
De los eventos recientes se deben resaltar ciertos aspectos. Sin duda, el primero y más evidente es la masiva participación de los venezolanos el pasado 23 de enero, un evento masivo sin precedentes.
Pero hay otro evento quizás menos evidente, y también menos emocionante que las miles de personas en las calles, se trata del hecho que en el actuar de quienes están liderando esta etapa se nota que detrás hay una estrategia, que hay acuerdos, y en especial que existe la disposición para mantenerse de manera firme en dicha estrategia. En esto tiene particular mérito Juan Guaidó.
Recientemente el politólogo Michael Penfold señaló que en el conflicto actual resultaría favorecido el sector que cometiera menos errores, y aunque suene obvio eso es justamente lo que está ocurriendo en estos momentos. El régimen se vio sorprendido por la juramentación de Guaidó, también muchos dirigentes del lado de la oposición, y sin duda muchos venezolanos en general (incluyendo analistas). Esa ha sido una jugada arriesgada, pero todo parece indicar que se hizo con premeditación y siguiendo una estrategia con apoyo internacional.
Uno de los aspectos más importantes de la jugada arriesgada que asumió Guaidó es que el régimen no se la esperaba, y ante la sorpresa hizo lo que justamente el profesor Penfold había advertido, cometió un error. El darle 72 horas al Gobierno de los Estados Unidos para retirar a su cuerpo diplomático del país, fue acelerar un proceso que pudo extenderse por mucho más tiempo, algo que le conviene al régimen. En este momento parece poco creíble que el régimen pueda cumplir su amenaza (si actúa, ya lo han dicho representantes de los Estados Unidos, puede ser visto como un acto de guerra).
En estos momentos la política está en pleno desarrollo, pero parece que una de nivel mundial con un fuerte componente geopolítico. El que la dirigencia opositora esté alineada, y en gran medida bajo perfil, da cuenta del acuerdo (voluntario o no) de mantenerse en el barco. Es muy probable que en estas horas desde el régimen se estén utilizando todos los mecanismos posibles para ganar tiempo, por ello ya apareció la temida palabra “diálogo”, de nuevo de la mano del Vaticano al parecer. El error que el régimen espera se cometa es que los actores vuelvan a regirse por su guion.
Son momentos delicados, es muy probable que haya celestinos tratando de regresar el juego a como estaba semanas atrás, pero todo parece indicar que la estrategia asumida el 23 de enero se mantendrá. Se soltaron amarras, y para ello se ha apostado a apoyarse en una estrategia internacional contundente. Aun puede haber imprevistos, y quizás haya factores que no se controlaban totalmente (por ejemplo el apoyo militar venezolano), pero como toda estrategia exitosa lo más probable que la misma cuenta con escenarios y posibles rutas de acción. Se está haciendo una nueva política, bien por Venezuela.