Estoy
Se hizo el llamado para esta supuesta conversa medicinal y cuya receta extravagante servirá para librarnos del catarro político del socialismo. ¡Otra mesa de discusiones!, después de tantas entabladas con la misma conjunción silenciosa de olvidarlo todo con el tiempo y retornar a los mismos abusos, a la misma incomprensión de los pesares diversos y a ese sistema vil, ladino e insolente, que solo ansía darle credibilidad a sus malabares para asirse al poder.
Cuando la agenda de protesta iba tomando forma y le daba de buen grado confianza al escepticismo, llegó el diálogo formalizado por sus propios actores. Se abandonaron los pertrechos del combate de calle y se colocaron las premisas en puntos suspensivos. Se pausaron las marchas de pesadilla y las deliberaciones complicadas en el Parlamento, que perturbaban la paz de un Gobierno estéril, fraudulento y sin respuestas. De lado dejaron las perspectivas sembradas por los resultados correctos, los planes abrigados de fe y las precauciones por resolver lo indignante.
Los personajes se confunden en quiénes son los verdaderos protagonistas. El libreto para dialogar tiene un idioma indescifrable, pues los discursos parecieran seguir apuntando en la misma errática dirección de la demora. Se toca con la yema de los dedos el consenso etéreo y la reprobación manifiesta de una gran parte del conglomerado nacional, pues muchos estiman que el acuerdo para bien del país solo está en la mente de los soñadores indiscretos.
La diferencia en esta nueva plática solo estriba en este caso en la intermediación. El réferi clerical y enviado por el propio Papa para esta peliaguda encomienda, tiene amplio trecho en este tipo de funciones, experto en lidiar con los soporíferos políticos y con la precaución de quien sabe cuidar bien su retaguardia. El diálogo no será monoaural sino con un estéreo casi bajado del cielo, pues debajo de la sotana no está el diablo como señaló el fenecido mandatario rojo, sino la lucha por la justa salida a este socialismo salvaje y deshumanizado.
Tal vez apelar de nuevo al diálogo fue una medida excepcional o quizá ingenua. Probablemente se le da oxígeno al moribundo o podría ser el inicio de la famosa transición concertada, alentada por varios analistas. Pero el destino se juega en condiciones distintas. Este enviado para mediar no es un arriero de mulas ni un cándido ante el brabucón. Estoy convencido que la suerte de nuestro amado país está echada hacia el lado correcto, para detener al impertinente y restaurar la paz anhelada. Solo debemos tener un poco más de paciencia, después de tantos años de desperdicio en esta amarga dictadura.