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Desde el nacimiento de la República de Venezuela hasta el presente (209 años), tres períodos pueden distinguirse en nuestra evolución macroeconómica. El primero va desde 1811 hasta 1919. Fue un período de un siglo de estancamiento económico, de equilibrio estacionario, de una economía agroexportadora, monoexportadora de café, con una población estacionaria mayoritariamente rural, pequeña y pobre, que era prolongación de nuestro pasado colonial. El segundo, después de la aparición del petróleo, va desde 1920 hasta 1978 aproximadamente.
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Fue un período de 58 años de crecimiento económico y generación de bienestar colectivo, 25 de los cuales fueron en dictadura y 33 transcurrieron en una democracia perfectible. Gracias al ingreso petrolero, el país comenzó un proceso de crecimiento económico y modernización, que muchos creyeron en el planeta que nos conduciría a ser un país del primer mundo.
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Nos convertimos en una economía mineroexportadora, monoexportadora de petróleo, de donde provenían más del 90 por ciento de las divisas, con una población que se fue haciendo urbana gracias a la migración interna. Esa población comenzó a crecer con mejores niveles de ingreso y oportunidades educativas y sanitarias. Paulatinamente se fue creando una mentalidad rentista que nos hizo creer que éramos un país rico, en el que el Estado debía resolvernos todos los problemas. Había poco incentivo para estimular la oferta interna de bienes y servicios en los diversos sectores de la economía. Con un dólar abundante y barato podíamos importar todo tipo de bienes y recorrer al mundo comprando baratijas.
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Ya el Banco Mundial ante tal estado de cosas, nos alertó desde 1960 que era necesario y urgente diversificar la economía, ante el elevado grado de dependencia externa, que mostraba una economía, en la que solo se debatía como repartir el ingreso y no como generarlo a largo plazo de manera sostenida. El tercer período de nuestra evolución macroeconómica es el que va desde 1978 hasta el presente, de 42 años. En él se inició y fortaleció progresivamente una tendencia al estancamiento progresivo y al empobrecimiento, a pesar de la abundancia de recursos financieros, como consecuencia de un desempeño económico desastroso. Este período puede dividirse en dos partes: 1978-1999 y 1999-2020.
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Desde 1978 se instauró un nacionalismo ideológico que se ha ido acentuando, que impidió que el sector privado nacional e internacional participara en los sectores estratégicos o rentables de la economía, relegándolo a actividades de segunda importancia. La actividad petrolera ya en manos del Estado comenzó a poner de manifiesto una progresiva debilidad. Fue tomando cuerpo una macroeconomía populista, que en los últimos años ha destruido la economía venezolana.
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Así, durante los últimos 20 años hemos tenido una economía en involución, con un ingreso petrolero nunca antes alcanzado, que solo se sembró en las cuentas y bienes escandalosos del mayor número de funcionarios públicos o intermediarios corruptos que hemos tenido en la historia, amparados por una “revolucionaria” impunidad. Y para colmo de males, en los cuatro últimos quinquenios se ha construido una nueva institucionalidad (al margen de la Constitución de 1999), para acabar con el Estado de derecho, la democracia y la República. Al contrario, con una Constitución paralela (Plan de la Patria) se han impuesto medidas que desestimulan la economía y que solo pretenden repartir una renta que no existe: desde 2013 al 2020 el PIB de Venezuela se ha reducido en un 75 por ciento aproximadamente, tras casi 25 trimestres consecutivos de descenso, fenómeno sin precedentes en la historia económica del mundo.
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Por ello es triste que al comenzar el siglo XXI la economía venezolana retorne al mismo equilibrio estacionario que teníamos al comenzar el siglo XIX, cuando éramos una economía agroexportadora, con una población mayoritariamente rural, pequeña y pobre. He allí la macroeconomía del retroceso histórico. Doscientos años después, nos hemos convertido en una economía cada vez menos petrolera, agrícola o industrial, que ya no tiene nada que exportar, que no sea “oro de sangre” o drogas al margen de la ley. Nos hemos convertido en una “economía de puertos, aduanas y bodegones” manejada por extranjeros, mientras los venezolanos son cada vez más pobres y menos libres.