Para aquellos que forman parte de esa patria extendida, para aquellos que tienen conciencia de su propio valor, para quienes sienten la mortificación de dejar su patria malherida y maltrecha, en busca de otro rincón bajo este inmenso cielo, vaya nuestro reconocimiento y admiración
“Todo estaba estremecido de libertad de espíritu y hasta las piedras eran como conciencias dormidas en un sopor sin sueño”. Gottfried Leibniz
La palabra “diáspora”, a mí particularmente me resulta muy dura, muy fuerte, pero es la que mejor define el fenómeno social ocurrido en el país con el advenimiento de esa estafa colectiva mal llamada socialismo del siglo XXI. En efecto, lo ocurrido en Venezuela fue una explosión que dispersó los fragmentos de corazones heridos de hombres, mujeres y niños por todo el mundo.
Razones políticas e ideológicas se esgrimieron como señuelo para el asalto multitudinario y expoliación de nuestras riquezas, de inicio, acompañadas por la incapacidad, la ineficiencia, la inmoralidad, la rapacidad, el egocentrismo, los delirios, en fin, por todas las flaquezas humanas concentradas en bandas, para la apropiación indebida y el exterminio después, fueron las que trajeron como consecuencia esta desgracia social que nos sacude como seres humanos. Todo ello en nombre del pueblo, de la democracia y de Dios.
De allí la diáspora, la patria extendida, diría yo en sentido positivo, porque cada venezolano que se encuentra en cualquier parte del planeta, es una extensión de esa partícula de ensueño que se llama patria, no la que se invoca para la vana retórica en los discursos de ocasión, sino la que verdaderamente se enciende en el corazón cuando se piensa en ella. Cada uno, en mayor o menor grado, mantiene una lucha en su interior por satisfacer sus necesidades vitales que son objetivas, que son reales, y sus necesidades afectivas, subjetivas, que se expresan en sus ansias de volver para vivir en libertad y con justicia, en esa porción de territorio que lo vio nacer, donde echó raíces y le dio la formación necesaria para desplegar sus alas, con temores, pero con la seguridad de la inmensa responsabilidad que asume nuevamente, de manera inesperada.
Dejar la patria duele, y cuando se hace obligadamente, el dolor es más profundo. Para aquellos que forman parte de esa patria extendida, para aquellos que tienen conciencia de su propio valor, para quienes sienten la mortificación de dejar su patria malherida y maltrecha, en busca de otro rincón bajo este inmenso cielo, vaya nuestro reconocimiento y admiración. Muchos no van a volver, no porque sea corto el amor y muy largo el olvido, como dice un recordado bolero, sino porque para los seres humanos haber perdido 20 años de su existencia son muchos. Pero, seguro estoy, que desde donde quiera que estén, estarán prestos a colaborar ese día inmenso en que la patria los llame, porque Venezuela será nuevamente un país de oportunidades, llena de hombres y mujeres responsables, decentes y laboriosos. Dispuestos por razones históricas y genéticas a acoger a propios y extraños para construir una nueva nación próspera y justa.
Una nueva nación sin mezquindades xenofóbicas, sin discriminaciones raciales, alegre y entusiasta, donde el sol brille para todos y la búsqueda de la excelencia sea su estandarte para que sintamos nuevamente el orgullo de ser venezolanos. Esa patria extendida en cada uno de nosotros, que ha logrado superar los obstáculos y dificultades dentro y fuera del país, pondrá toda su experiencia y empeño en edificar la patria del futuro, la patria soñada.