Ojalá el país encuentre otra ruta, y tenga la capacidad de romper el círculo perverso de revancha en el que está entrampado. Pero la responsabilidad no es solamente de quienes encauzan el descontento, de hecho, por lo general son producto de una sociedad que los ha marginado
Recientemente una periodista planteaba la interrogante: ¿cuándo se perdió la democracia en Venezuela? La pregunta no está bien formulada, porque la democracia no se pierde en un momento específico, su pérdida se da a través de un proceso en el que van ocurriendo varios eventos, caracterizados en términos generales por el debilitamiento de las instituciones democráticas, así como de las creencias de las personas sobre cuál es el mejor sistema de Gobierno, e incluso por la pérdida de espacios de participación, no solo a nivel electoral, sino de participación civil en general. Como las enfermedades, estas se van desarrollando hasta que llegan a manifestarse plenamente.
Incluso el análisis es más complejo, pues hay que ir hasta aquellas situaciones y contextos que, de manera imperceptible fueron creando las condiciones para que esa pérdida de la democracia se diera. Bernardo Bertolucci (1941-2018) en su película Novecento (1976) presenta de manera magistral cómo el germen del comunismo se fue sembrando en una sociedad agraria italiana marcada por la brecha entre patronos y obreros, con una fuerte presencia de la relación amo/esclavo, como cuando Alfredo Berlinghieri (nieto del dueño de la hacienda) le dice a Olmo Dalcó (descendiente de obreros de la hacienda) aun siendo niños: “tú me perteneces”.
En Venezuela, como en muchos otros países, esa semilla estaba sembrada, en “los cerros” con vista al Country Club, en la precariedad rural frente a la capital ostentosa, en el mesero maltratado por el comensal, en el obrero agredido por algún patrono. La injusticia social estaba presente en aquella Venezuela idealizada, en muchas ocasiones de manera imperceptible, pero ahí estaba. En el silencio se fueron desarrollando complejos y rencores, que esperaban su momento para destruir el sistema que los marginaba. La aparente sumisión, muchas veces adornada con shows y novelas, era una fuerza que inconscientemente iba apoderándose de cada rincón del país.
La solución fue mucho peor que el problema en el caso venezolano, y ahí parte de la gran responsabilidad de quienes han dirigido uno de los procesos políticos más dañinos y corruptos de la historia moderna. Y como las semillas se siembran siempre, el régimen que hoy está en el poder en Venezuela está sembrando complejos y rencores que en algún momento adquirirán forma, y por las tensiones acumuladas todo parece indicar que se tratará de fuerzas con un alto componente de violencia. Ojalá el país encuentre otra ruta y tenga la capacidad de romper el círculo perverso de revancha en el que está entrampado.
Pero la responsabilidad no es solamente de quienes encauzan el descontento, de hecho, por lo general son producto de una sociedad que los ha marginado. Es también responsabilidad de quienes tuvieron la tarea de dirigir dicha sociedad, no solo a nivel político, sino en sus distintos ámbitos, así como de la gran mayoría que prefirió mantenerse ignorante del contexto en el que su vida se desarrollaba, o que por comodidad no actuaron a tiempo y con la fortaleza necesaria. En Novecento, cuando el niño le dice al otro “tú me perteneces” está sembrando la semilla del comunismo. ¿Qué estoy sembrando?, es quizás una de las interrogantes más importantes por responder.