Otras conjeturas apuntan a una nueva cortina de humo para camuflar a las eventuales y previsibles medidas que tomará el Gobierno en los próximos días. Que los drones tendrían solo pólvora para abultar el estrépito
Todo lo juegan a su modo. Imponen reglas y hasta obligan a los medios a utilizar el mismo lenguaje y a aceptar los hechos, tramados siempre con sus manipulaciones diversas. El viernes pasado, el inconmovible ministro de Comunicación e Información, Jorge Rodríguez, quien se ha puesto el uniforme manchado de cuanto cargo público le ha regalado la dictadura, puso el dedo en la llaga con una declaración tan falsa, como esa intentona de magnicidio que solo dejó en claro la poca valentía del componente militar venezolano.
Con el rostro cetrino y un tono áspero, inició su drama previsible, mostrando escenarios fantásticos y culpando a sus enemigos de siempre, pero esta vez dio nombres y aseguró la toma de acciones para hacer de este postulado, creíble y propicio para sus maniobras políticas, así como la ejecución de otro de sus planes macabros.
Rodríguez aseveró que el suceso fue planificado desde EEUU y Colombia, que Julio Borges era el autor intelectual (actualmente en el vecino país) y Juan Requesens, su cómplice necesario, (este último azotado, torturado y drogado, según afirman sus familiares).
El representante del régimen también instó de manera severa a los medios de comunicación, a no utilizar la palabra “supuesto” frente al atentado. Además, presentó un video en el cual Requesens sostenía que había ayudado a entrar al país a uno de los coordinadores de la aparente operación (ese calificativo es mío), llamado Juan Monasterios.
De este sujeto de apellido Monasterios, que nada tiene que ver con esos sacrosantos conventos de oración, poco se sabe. Los otros mencionados, Rayder Russo y Osman Delgado, se especula que en el pasado fueron infiltrados del Gobierno en el grupo de la resistencia, a quienes el desaparecido Oscar Pérez identificó en su momento y los acusó de vender información.
Lo cierto es que no existen certezas de lo ocurrido en la avenida Bolívar el pasado 4 de agosto. No observo argumentos de peso para pensar que se trató de un verdadero atentado hacia Maduro, aunque millares de venezolanos sí encuentren razones suficientes para impulsar una iniciativa de este calibre.
Se ha hablado del estallido de una bombona de gas en un apartamento cercano a ese evento aniversario de la GNB. Esta hipótesis refiere que la explosión provocó el desconcierto de los escoltas, quienes ni cortos -aunque no sé si perezosos- percibieron a los dos drones que ayudaban a la transmisión televisiva, como los causantes del estruendo y decidieron aniquilarlos de manera inmediata.
Asimismo, unos drones con C-4 hubiesen aniquilado por lo menos a la mitad de quienes asistieron ese sábado impreciso. Además, no se han visualizado más videos del acontecimiento, solo los proyectados por el canal del Estado.
Otras conjeturas apuntan a una nueva cortina de humo para camuflar a las eventuales y previsibles medidas que tomará el Gobierno en los próximos días. Que los drones tendrían solo pólvora, para abultar el estrépito y armar una de las obras de teatro más estúpidas de este mandato despiadado.
Estos operadores del engaño y expertos en mostrar sus realidades selectivas, no ceden un milímetro en sus apegos al poder. No existe la preocupación primordial por tener las dos tasas de inflación más altas del mundo o por el embargo de Citgo, efectuado por impago de la deuda externa.
Lo verdaderamente novedoso en estos días es contar con otro mártir de la dictadura. Requesens es vilipendiado, torturado y ultrajado en su investidura de diputado. Pero nada cambiará los escenarios por venir. El régimen tiene el futuro hecho jirones y, mientras las exportaciones de crudo a EEUU descienden a menos de 500 barriles diarios, la inconformidad nacional será todavía mayor, pues ya el pueblo no se traga esas figuraciones novelescas y solo ansía una mesa rebosante de buenas noticias en el hogar.