Los
Ya hemos hablado del problema del hambre en Venezuela en anteriores entregas, a comienzos de este año, pero las dimensiones que ha alcanzado el asunto han hecho que se convierta en un verdadero flagelo, un fantasma que recorre las calles de todo el país con las consecuencias que conocemos: saqueos a establecimientos comerciales prácticamente sitiados por legiones de hambrientos ante la mirada impotente del régimen para resolverlo.
Hasta los momentos, medios de comunicación reportan más de 100 saqueos en todo el país los cuales no discriminan si son establecimientos privados o los públicos como son las redes de distribución del Gobierno.
Ya lo decía Hugo Chávez al inicio de su desastroso Gobierno que si él fuera el pobre hombre que el día anterior le lloró su situación en la Catedral, él saldría a robar a la medianoche si su hija Rosinés estaba pasando hambre.
El hambre no tiene ideología, ni cerebro. El hambre solo la siente un estómago al cual no llegan los alimentos porque esta revolución, que este cronista califica como la revolución del hambre, se ha encargado, con sus locuras, de hacer cada vez menos asequibles los productos alimenticios a los pobres de Venezuela que son la mayoría del país.
El Gobierno de Maduro trata de justificar el desastre, hablando de una guerra económica que ya lleva los tres años de su Gobierno, de lo cual se deduce lo malo que es cuando no ha podido derrotar esta confrontación bélica con todo el poder absolutista del cual ha hecho gala.
Los muertos de hambre multiplicados a la enésima potencia por el régimen de Maduro, sí están claros en que este es el responsable de su grave situación, y lo demostraron en pasado seis de diciembre del 2015 cuando le dieron una paliza eligiendo una Asamblea Nacional mayoritariamente de la oposición verdaderamente democrática, voluntad popular desconocida posteriormente por el régimen.
El pírrico aumento anunciado por Maduro el recién pasado Día Internacional del Trabajador, ya se lo había echado al pico la inflación, que en apenas cuatro meses del año supera el 400 por ciento en buena parte de los rubros.
El salario mínimo diario a partir de mayo, es de 520 bolívares, no alcanza ni para 15 panes. Mucho menos un pollo de dos kilos y medio que cuesta cuatro mil bolívares. Tampoco se compra un litro de leche, un cuarto kilo de queso, ni un kilo de arroz. Esto se lo llevó el coño, como dicen por allí.