jueves, diciembre 12, 2024
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La revolución rapaz

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“El culto revolucionario tiene sus raíces en el seguimiento arbitrario del ejemplo bolivariano entendido como la pasión por arrasar con el pasado, y el permanente deseo  de empezar todo desde los cimientos”, Ana Teresa Torres

En este presente “revolucionario a la venezolana”, sus dirigentes asemejan a ratones queriendo rugir como leones. Ya muy pocos le temen, y muchos menos le creen. No hay ideales que defender, los impulsa el afán de tener poder para poder tener riquezas materiales y la pomposidad de la fanfarria oficial. Sus postulados esenciales que les dio impulso al nacer, se han convertido en una palabrería inútil y hasta ridícula. 

Para otras generaciones quedará “la fundación de una nueva ética socialista” porque el latrocinio y la corrupción se divisa sin honor y con mucho descaro. Se cumple el testimonio de Aníbal Quevedo, comunista mexicano, quien decepcionado escribió antes de suicidarse: “Cada vez que la izquierda se aproximó al poder, fuese por vías democráticas o revolucionarias, demostró su incapacidad para gobernar, sus taras ideológicas y su tendencia hacia la corrupción”. Lástima que no fue testigo de esta farsa de revolución a la venezolana; su decepción hubiera sido aún mayor y más justificado su suicidio.

La democracia protagónica “revolucionaria” fundamentada en el bolivarianismo se ha trastocado en una vulgar y despiadada dictadura, cuya simbología intelectual más expresiva es un mazo prehistórico y no la gloriosa espada de Bolívar lo cual ubica muy bien el pensamiento de la cúpula militar-cívica, que manda pero no gobierna, que golpea pero no libera, para vergüenza del gentilicio y la inteligencia venezolana.

Es esta una “revolución rapaz” que lejos de elevar la conciencia política del pueblo a nivel de ciudadanos, lo ha querido convertir en un ser sumiso, holgazán y miserable, para que viva a expensas de un Estado depredador de las grandes riquezas que nos pertenecen a todos por igual y que son apropiadas por un grupo de “hombres rebajados por la hipocresía, que viven sin ensueño, ocultando sus intenciones, enmascarando sus sentimientos. Por eso es insolvente su moral, implica siempre una simulación”, como nos dijera ingenieros.

Nos toca, sin tapujos, rescatar el valor liberador de la política y de la justicia, porque creemos que el fin último del Estado: “No es dominar a los hombres ni a callarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario, liberar del miedo a cada uno para que, en tanto sea posible, viva con seguridad, esto es, para que conserve el derecho natural que tiene a la existencia”, tal como lo pregonara Spinoza.

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