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La historia que relata el clásico del cine, La Vendedora de Rosas, se transporta a la vida real. Maribel Montilla vende “ramitos” desde los 12 años y hoy, 41 años después, su esposo y tres de sus cuatro hijos la acompañan en la faena diaria que asegura le alcanza para “no pasar necesidades”.
La mujer se autodefine como “luchadora”, y que sin duda también tiene algo de soñadora. Contó que desde que vio la película, quiso ser como su protagonista y se dijo: “Me voy a dedicar a esto, voy a vender rosas”. La realidad no le dio la espalda, al contrario, se consiguió con su actual pareja, Wiliam, que -según relata- un día le dijo: “Porque no vendéis florecitas y así te defendéis”. Así comenzó a escribir su historia, caminando entre la gente que venera a La Chinita, Santa Bárbara y Santa Lucía en los templos religiosos de la ciudad de Maracaibo.
La dama asegura que ama su oficio, al que califica como “un arte”, el de arreglar y vender las flores que se pasean por sus manos en sus diversos colores y se convierten en hermosos presentes que sirven para cualquier ocasión. “La rosa puede servir para un difunto, día de los enamorados, ofrenda a la Virgen, quinceaños y graduaciones”. La cantidad de rosas que ha vendido Maribel a lo largo de su vida es incalculable, pero está segura que su trabajo la ha hecho feliz y además ha podido “levantar a sus hijos”.
Aunque su piel luce tostada por el sol y ya las arrugas adornan sus manos, el ímpetu de Maribel no tiene horarios. Además de vender flores en la calle, tiene una venta de chucherías en su casa que pone por las tardes y muchos la buscan para hacer arreglos especiales. “Me buscan para hacer arreglos para quinceaños y eventos en hoteles y recepciones”.
El movimiento de la economía es crucial, pero la precaución es fundamental para ella. “En un día vendo un paquete de 24 rosas y si veo que el día está bueno, voy y compro otro paquete. Los hago de mil bolivitas cuando la marea está alta, cuando baja la cosa, los pongo en 500”.
Con mucha fe
Gracias a su trabajo y la cercanía con la feligresía y las patronas del Zulia, Maribel fue formándose como devota. Aunque dice que La Chinita es única, tiene mucho que agradecerle a Santa Lucía. “Ella es la que me tiene la vista buena. Yo me enfermé y de tanto pedirle ahora veo mejor que muchos”.
Dice que sus días comienzan con una petición a Dios. “Le entrego a Dios el día que me va a presentar y le digo: ‘Si voy a vender 10 rositas, no importa, con tal y me alcance para darle de comer a mis hijos”. Confiesa que también pide para que los ataques de epilepsia no le den mientras trabaja. “Es duro, pero hay que luchar”.
Maribel vive en el barrio Casiano Lossada junto a su esposo y sus hijos: Wiliam Rafael (9) Rosángela (5) José Manuel (7) y Eduardo (8). Ellos también la ayudan a vender. Sobre todo en las vacaciones, días de feria y fines de semana, cuando no van a la escuela. “Cuando no hay clase, me los traigo. Cuando hay clase, mi esposo se queda con ellos cuando yo trabajo y así nos turnamos. Porque ahorita no hay que dejar a los hijos con nadie. Él los baña, los viste y los lleva al colegio”.
Aunque las rosas son su pasión, la mujer asegura que le ha tocado vender agua en las paradas de autobuses “por la mala situación”.
Ambulantes
La pareja de vendedores ambulantes, Maribel y Wiliam, cierra su jornada sacando cuentas. “Al final del día sacamos la cuentecita de lo que hizo cada uno y así dividimos para la comida, los gastos de la casa y de los muchachos. Ahora se gasta más, a veces quedamos sin nada, pero tenemos la comida segura”.
La ganancia semanal ronda los 80 mil bolívares, cantidad que la pareja gasta “casi toda” en comida que pagan a sobreprecio, porque aseguran que los tiempos no les da para trabajar y hacer colas en los supermercados.
NEGLIGENCIA
Maribel comenzó a sufrir de epilepsia tras su último parto. Dice que los médicos se pasaron de anestesia para la cesarea y el efecto secundario le obstruyó una vena del cerebro. Mantiene controlada la enfermedad porque una prima le regala las medicinas.