Las horas perdidas

Inmersa en la desventura está Venezuela estrangulada industrial y comercialmente. El Gobierno en vez de remediar la escasez, raciona el consumo

Emulando al escritor cubano Alejo Carpentier en su obra Los pasos perdidos y al nombre de uno de los salones del Congreso de España, en la Venezuela de hoy podemos hablar de las horas perdidas. Quién puede repararle a la provincia las horas por los cortes de electricidad. Quién puede devolverle al ciudadano el tiempo en que permaneció en la proximidad de un supermercado buscando alimentos. Dónde está el reparador de las horas de calor, estrés, desespero, carestía de la vida.

Inmersa en la desventura está Venezuela estrangulada industrial y comercialmente. Un país anestesiado, enfermo, consolado con decretos, con ejercicios militares inútiles, con hambre en los pueblos. El Gobierno en vez de remediar la escasez, raciona el consumo.

Los gobiernos de Chávez y Maduro arruinaron a la clase media, expropiaron inversionistas, dieron rienda suelta a la corrupción militar, destruyeron la empresa eléctrica donde tenía poderoso motor el progreso.

Nos convocan algunos a esperar, se elogia la oportunidad de acabar con esta pesadilla, se hacen conjeturas. Inútil perder el tiempo en conversar con un gobernante ajeno a todo escrúpulo. No se puede dialogar con quienes han destruido el país. Componedores con una complicidad activa y pasiva, esa solución pone de lado los ideales y la aproxima a una caja de favores para los que buscan como el gatopardo que algo cambie para que no cambie nada.

Maduro y sus secuaces deben ir presos. No se dialoga con hambreadores de pueblos. Dejar el país sin electricidad, ascensores en funcionamiento, con centros comerciales y supermercados venidos a menos, malaria, es una cosa imperdonable. 

Hay muertos en las emergencias de los hospitales, médicos, como en Mérida, en huelga de hambre por esta situación, en las aulas de escuelas y universidades estudiantes desmayados por desnutrición. Una madre suicidada porque no consigue comida para los hijos, madres que dejan hijos abandonados a las puertas de los mercados, peleas en los basureros urbanos para obtener comida desechada. Saqueos de camiones con alimentos en las carreteras. Empresas cerradas por falta de divisas.

Era Séneca quien decía que “el hambriento no razona, no le importa la justicia ni las oraciones” y Zinmermann remarcaba, “el hambre es la madre de la cólera”. Necesitamos que este Gobierno muera, para que nazca una nueva Venezuela.

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