No atinamos a entender que esa vecindad que se denomina Venezuela es la casa común y debemos evitar termine de ser devastada desde sus cimientos por unas hordas oficialistas que restaron combatividad al movimiento popular
La Semana Mayor más allá de los rituales religiosos conmemora el sacrificio que hace Jesús para dar cumplimiento a la obra que le encarga su Padre, la liberación de los oprimidos. La proclamación del reino de Dios tras su martirio y muerte y la promesa de vida eterna que entraña su resurrección. Es un poderoso mensaje de esperanza, amor y libertad. Seremos verdaderamente libres cuando abramos los brazos para recibir y dar amor a nuestro prójimo; y mantengamos insaciable la sed de justicia.
Un mensaje que no debe dejar a nadie indiferente, sin la limitante de su confesión religiosa: “Mi Padre –dijo Jesús- no es tan solo el Dios de los judíos, sino el único Dios de los pueblos conocidos y por conocer”. Desde esta perspectiva, hay que romper las cadenas que nos atan a una vida vacía. Sin un norte definido. Sin responsabilidad ni compromiso con el prójimo ni con Venezuela. Ser conscientes que cambiar las cosas es un complejo proceso quizá corto, quizá largo, muy largo. Que el cambio empieza cuando en comunión con muchos otros hagamos que las cosas pasen. Dejen de ser solo una idea. Una hipótesis. Un argumento.
Hemos visto tantas inequidades juntas. Tanta violencia. Tanto sacrificio y tanta desgracia que ya no hay lágrimas ni espacio para más amarguras. No existe dolor que no hayamos experimentado. Solo sobrevive el odio y el rencor. No atinamos a entender que esa vecindad que se denomina Venezuela es la casa común y debemos evitar termine de ser devastada desde sus cimientos por unas hordas oficialistas que restaron combatividad al movimiento popular, desorientándolo y obstaculizando cualquier intento de reconciliación y unidad. Imponiéndonos su agenda y reglas creadas ad hoc.
En función de esta oscura etapa tenemos la responsabilidad histórica de no rendirnos en la lucha democrática por liberar a Venezuela de un sistema de gobierno que ha mancillado la dignidad de la población y lanzado el país al fondo del abismo del caos, a sus instituciones y leyes. Es indispensable dejar de escudarnos en otros actores y factores para justificar la falta de responsabilidad ciudadana. Hacer un mea culpa y desde esa experiencia de aprendizaje rescatar el “espíritu de ascenso” que nos llevó a creer en la posibilidad de cambio. Utilizar otros instrumentos de advertencia de los tsunamis oficialistas, como la técnica de escenarios por ejemplo, y establecer una estrategia que trascienda el libro-plan para convertirse en una “respuesta cohesiva a un desafío”. Un punto de vista coherente con las fuerzas en juego.