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La crisis humanitaria por la que pasa la familia venezolana es inocultable. Evadirla, mediante sermones, excusas, engaños, y la represión no quita el hambre ni cura enfermos. El país se volvió un solo cerebro que quiere liberarse de la opresión y la zozobra. Ya no hay venezolano que no rechace la actual situación en que se encuentra el país.
Maduro finge sumisión a este fraudulento aparato, cuando en realidad, le impone sus directrices y le dicta leyes a su medida. Paulatinamente, somete al país, a su imperio unipersonal y absolutista. Señala que sus adversarios quieren la guerra y coloca a la ANC como el único paliativo para lograr la paz, sin solucionar las causas que derriban el muro de contención que hasta ahora detiene el estallido social.
Maduro parece desconocer que el hambre y la represión son malas consejeras. Ignora que éstas provocan el caos, que empujan al pueblo hacia protestas y sediciones. Al Gobierno no le interesa resolver la crisis, cree que la ilegalidad le garantiza seguir en el poder. El diálogo y los acuerdos, permanentes y sinceros, generan cambios sustanciales que llevan a los países hacia libertades políticas, sociales y económicas, sin detener el desarrollo y el progreso, sin trastocar el espíritu de la nación, ni destrozar los factores de producción; mas esto, no califica en la mentalidad de la cúpula roja.
La ONU, OEA, la Comunidad Europea (EU), el Vaticano, las naciones de todos los continentes y los venezolanos como víctimas, le exigen al gobierno de Maduro, respeto para los DDHH y volver al hilo constitucional. Las actuaciones de estos organismos y mandatarios están bien documentadas. Tienen evidencias de todo lo que sucede en el país y de los ilegales senderos por donde transita la autodenominada revolución chavista-socialista. Estos organismos internacionales y las naciones se afirman en el derecho y la legitimidad, ya tienen el consenso y la solidaridad mundial, de aquí en adelante, vendrán episodios inesperados.
La ANC, no hace ni hará milagros. Y Maduro, menos. El milagro está en la imparcialidad política, en la unicidad y esfuerzo creador de la nación. El triunfo de la oposición, en las elecciones de gobernadores, ratificará que el pueblo quiere libertades democráticas y que la oposición tiene la mayoría. La población no quiere limosnas. Quiere trabajar, para que jamás la escasez y la inflación la lleve a sentir las puñaladas del hambre y la miseria.