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Hace unos días, mi amigo Andrés me envió un cartel con una imagen de cuatro presas políticas de este régimen. Debajo del cartel, coloca un mensaje: “¿Triste por la venezolana que no clasificó en el Miss Universo?” Le respondo, indicándole que su escrito es de una visión populista (maniquea y estereotipada) del Poder y de la política. Me responde: “-Ve y dile eso al familiar de cualquiera de los presos políticos”.
Unos días después, en una asamblea de vecinos, sobre la campante inseguridad, una vecina toma la palabra y confiesa: “Nos reunimos con los directivos de los consejos comunales de las invasiones que están pegadas a nuestra urbanización. Les describí la vez cuando me asaltaron, amordazaron y robaron casi todo. Ahí estaba la jefa de la UBCH de la zona. Su respuesta, fue: Si no quieres que te sigan robando, múdate.
Lo anterior es indicativo del tiempo que vivimos. Y este no es otro que la triste realidad de una sociedad discursivamente populista, donde toda comunicación se maneja sobre los extremismos del lenguaje maniqueísta, simple y ramplón. El populismo es el Gobierno de la barbarie y de los bárbaros encorbatados, y es tanto una manera elemental de pensar como también una estrategia política de lucha y permanente movilización de “masa” (-pues no son consideradas personas), usado tanto por grupos de izquierda como de derecha.
La mentalidad populista no reflexiona, solo actúa. Y tanto mejor para gobiernos y regímenes soportados en las estrategias populistas, como la venezolana, donde la obediencia a un caudillo simplifica todo razonamiento y argumentación lógicas, para ajustar la vida a la trivialidad de las alegrías periódicas de la excesiva y apabullante propaganda de Estado.
La formación de estas nuevas identidades políticas pasa, precisamente, por la negación de la política y sus actores, como agentes válidos para lograr cambios significativos. Por el contrario, el discurso populista, como lenguaje del resentimiento y odio sociales, descalifica esta profesión, despreciando su profesionalización. Para ello opone el concepto y la promoción del “pueblo como agente de cambio histórico” descalificando el desempeño académico y serio de esa actividad.
Solo aquellas sociedades que estructuran modelos serios, abiertos y sólidos en la promoción de la Educación, pueden ofrecer a sus ciudadanos la oportunidad de liberarse de los populismos extremos y sus caudillos acomplejados y vengativos.