Por fin los países llegaron a sobreponerse a sus propios empecinamientos, para tomar las decisiones correctas y entender que la miseria de una nación cercada por un endiablado sistema, no se resuelve de brazos cruzados
Venezuela no tiene una enfermedad congénita para el infortunio. Por el contrario, siempre ha poseído un complejo ardiente por la libertad y la alegría. Nunca ha sido reservada o exteriorizado alguna cautela para vociferarle al planeta entero que se cuenta con una complexión para compartir una sonrisa distinguida y un optimismo más allá de la propia lógica.
Por eso ha costado tantos años ásperos para que el mundo asimilara la nueva realidad. Por fin los países llegaron a sobreponerse a sus propios empecinamientos, para tomar las decisiones correctas y entender que la miseria de una nación cercada por un endiablado sistema, no se resuelve de brazos cruzados.
A pesar de que otros problemas internacionales podrían atiborrar la agenda de este encuentro, los altos mandatarios que asistieron a la Asamblea General de la ONU no se abstuvieron a mostrar su desconcierto por la situación de nuestro país y no pudieron desviar el tema en sus intervenciones.
Este nuevo entendimiento mundial sobre lo que sucede en la patria de Bolívar, revive de cierta forma las esperanzas sobre alguna determinación providencial para sacarnos de este agujero perverso que ya muchos catalogan como “tragedia humana”.
No solo fueron días más convincentes sobre el deseo de la vuelta de tuerca al problema venezolano y la toma de conciencia para buscar alguna salida a su agobio, sino además se aprobó una resolución histórica por parte del Consejo de Derechos Humanos con 23 votos a favor, para exhortar a Maduro a aceptar la asistencia humanitaria y, desde mi punto de vista, a reconocer que tiene a nuestra nación nadando en excremento.
Esta resolución no solo reconoce la escasez de alimentos, medicamentos y suministros médicos, así como la desnutrición y el incremento de enfermedades erradicadas en el hemisferio, sino también insta al Gobierno venezolano a cooperar para que, la alta comisionada Michelle Bachelet, redacte un informe exhaustivo sobre la situación de derechos humanos en nuestro territorio.
Ha sido un importante avance. El país estuvo en boca de todos en Ginebra. Fueron tan exiguos los defensores para esta ocasión, que la llegada de Maduro al encuentro solo sorprendió por estar embebido de su propio descaro y envuelto de una gran impasibilidad ante la crítica por el tormento al que somete a su pueblo.
Pese a la atención que pudo concentrar su presencia como dictador anárquico, su alocución estuvo despoblada y reseñada sin la menor credibilidad. Trató de montar el espectáculo acostumbrado y de exhibir un carisma del que carece, pero esta vez nadie compró su tónico para el aturdimiento ni ese discurso cansón de mártir frente a los atentados imaginarios.
Mientras las polémicas se escenificaban en esta palestra mundial, el Senado de los EEUU introducía para su discusión a principios de esa semana, una ley muy peculiar que va más allá de la simple apariencia. La misma no solo tiene la intención de proporcionar ayuda humanitaria al pueblo y a los migrantes venezolanos, sino el avanzar en un proceso de reconstrucción económica del país para este 2018.
A sabiendas de que las relaciones con la nación norteña no han sido las más cordiales en los últimos tiempos y que las menciones de intervención militar en nuestro territorio se han escuchado más allá de lo usual, cualquier cosa podría suceder en las próximas semanas y desplumar un nuevo entramado, pues ya los países se hallan con conocimiento fiel que en Venezuela se perdió el aliento democrático hace mucho.