“Lo forzaron a que llevara la cruz” Domingo de Ramos, de la Pasión del Señor/ A.

Señor Jesús, reaviva en nosotros la llama de humanidad que Dios nos puso en el corazón al inicio de la creación. Líbranos de la decadencia del egoísmo y recuperaremos de inmediato la alegría de vivir y las ganas de cantar”

El Domingo de Ramos es el umbral de la Semana santa, el momento privilegiado de la liturgia cristiana para reflexionar sobre el misterio fundamental de nuestra fe: La pasión, muerte y resurrección del Señor; tiempo especial para celebrar y renovar el paso del Señor por nuestra vida, de alguna manera mística, aquellos acontecimientos hoy se renuevan para nosotros, volvemos a vivirlos, siendo ya no espectadores, sino protagonistas junto con Jesús.

Para nuestra reflexión de hoy, tomamos unas palabras del cardenal Comastri, sobre uno de los personajes del texto de la Pasión, según San Mateo. Nos referimos a Simón de Cirene, un desconocido, que seguramente encontró la fe después de participar directamente en la vía crucis de Jesús. Hagamos nuestras estas palabras, metámonos en este personaje, y descubramos las cruces y cirineos de nuestro tiempo.

“Simón de Cirene, tú eres un insignificante y pobre labrador desconocido, del que no hablan los libros de historia. Y, no obstante, ¡tú haces la historia! Has escrito uno de los capítulos más hermosos de la historia de la humanidad: tú llevas la cruz de otro, levantas el madero del patíbulo e impides que aplaste a la víctima.

Tú nos devuelves la dignidad a todos nosotros recordándonos que somos nosotros mismos solo cuando no pensamos en nosotros mismos. Tú nos recuerdas que Cristo nos espera en el camino, en el rellano, en el hospital, en la cárcel… En las periferias de nuestras ciudades ¡Cristo nos espera…! ¿Lo reconoceremos?, ¿lo asistiremos?, ¿o moriremos en nuestro egoísmo?

Señor Jesús, se está apagando el amor y el mundo se convierte en un lugar frío, inhóspito, inhabitable. Rompe las cadenas que nos impiden correr hacia los demás. Ayúdanos a encontrarnos con nosotros mismos en la caridad.

Señor Jesús, el bienestar nos está deshumanizando, la diversión se ha convertido en una alienación, una droga: y la publicidad monótona de esta sociedad es una invitación a morir en el egoísmo.

Señor Jesús, reaviva en nosotros la llama de humanidad que Dios nos puso en el corazón al inicio de la creación. Líbranos de la decadencia del egoísmo y recuperaremos de inmediato la alegría de vivir y las ganas de cantar” (cardenal Angelo Comastri, Meditaciones del vía crucis, 2006).

 

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EVANGELIO (Mt 26, 14-27, 66).

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!” Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Crucificaron con él a dos bandidos. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: La Calavera), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza: “Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo: “A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?”. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: “Elí, Elí, lamá sabaktaní”. (Es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”). Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: “A Elías llama este”. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: “Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo”. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

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