Lo peor del derrumbe

La reducida cúpula roja se niega a admitir que arruinó al país, no quiere dar el paso a quienes de verdad conozcan el oficio de gobernar y producir

Desde 1999, la revolución no ha dejado de tener escándalos. Estos surten y tejen la escena de una parodia que linda con la tragicomedia y el barranco que nadie quiere asumir, ver ni saber. Desde entonces sus memorias y cuentas, cuando las dan, son increíbles e inauditables. Sin embargo, la reducida cúpula roja se niega a admitir que arruinó al país, no quiere dar el paso a quienes de verdad conozcan el oficio de gobernar y producir, evita la crítica demoledora de los espectadores, pero tampoco baja el telón. Su tabla de salvación es mantenerse en el poder “a como dé lugar”. 

A los verdugos los estrangula el miedo, antes que la culpa.  Los verdaderos verdugos huyen sin dejar rastro. Pero la conciencia de las personas sensibles, no se coloca al servicio de quienes profesan la infamia, de allí la aparición del fiscal Franklin Nieves. Desde la injusta detención hecha contra la humanidad de la jueza María Lourdes Afiuni, las revelaciones comprometedoras del exmagistrado del TSJ, Luis Velázquez Alvaray, en torno al juicio por el asesinato del fiscal Danilo Anderson, pasando por las declaraciones del exmagistrado del TSJ, Eladio Aponte Aponte, que develaron el forjamiento de pruebas para destrozar políticamente a Manuel Rosales, hasta las últimas declaraciones que, actualmente, emite el fiscal Franklin Nieves, contra la justicia selectiva, monitoreada y guiada de manera obcecada, por el poder político de la mal llamada revolución, para apresar y juzgar a Leopoldo López, deja mucho que decir. Esto coloca en evidencia al Poder Judicial, al Poder Legislativo y al Poder Ejecutivo regentados por la revolución. 

El fiscal acusador Franklin Nieves, al denunciar presiones del Gobierno para usar pruebas falsas contra López  y al declarar que: “el 100 % de las investigaciones eran inventadas”, impacta con contundencia destructora al gobierno de Maduro. Cuando los gobernantes faltan a la ética, a lo básico, a lo menudo, pierden irremisiblemente la autoridad. Y con la más intensa desproporción, por lo general, comprometen y condenan a su gobernabilidad. Y esta, aunada a los desaciertos políticos, empuja al Gobierno, a la más inminente y estrepitosa caída. Así mismo minan a todas las posibilidades para recuperarla.  En la calle toda la gente habla contra este régimen. Por aquí y por allá, la revolución se cae a pedazos. Está en lo peor del derrumbe. 

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