“Lo que estamos viviendo es horrible”

Roberto Osorio sale junto a su esposa y pequeu00f1os hijos a recoger metales y plu00e1ticos para luego vender y asu00ed poder comer. (Foto: Alejandro Paredes)

En dos parroquias de Maracaibo, la realidad de los hogares es la falta de comida. Viven de la misericordia. Familias piden ayuda a vecinos y parientes para alimentar a los hijos porque no tienen ni un ingreso mínimo 

Yormary Sandoval sale cada mañana del barrio Calendario a la Lechuga, al oeste de Maracaibo, a pedir la ayuda de una amiga de la iglesia para dar un “platico de comida” a su niña de dos años y un bebé de nueve meses que carga sin pañales desde hace dos meses y que carecen de nutrientes de calcio porque desde “hace mucho no toman leche”.

Camina por los terrenos enmontados de basura de la parroquia Antonio Borjas Romero junto a su esposo, Carlos Silva, para llegar a Francisco Eugenio Bustamante donde recibe acogida alimentaria. El trayecto es casi a diario, lo hace cuando ni su suegra ni su padre pueden ayudarlos con los pequeños. “Ni mi esposo ni yo comemos para que ellos (hijos) tengan algo que comer”, relata la madre de 26 años, contemporánea en edad con Silva.

“Nosotros a veces no comemos para darle un pan con agua a los niños. Esto es difícil. Ya ni leche les doy porque no se consigue y sin dinero no se puede. Mi esposo era vigilante y se quedó sin empleo. La mamá de él (Carlos) o mi papá cuando pueden nos dan comida, pero ellos tampoco tiene mucho”, lamenta.

A las 2.00 de la tarde caminan sin almuerzo en busca de la misericordia de la amiga. En la pieza  de “un compadre”, que tienen al cuido, dejó la bolsa vacía de un empaque de harina precocida. “Era una poquita que me quedaba de dos paqueticos que compré con el dinero que nos prestó la suegra. Hice unas arepas y solo con agua se las di a los niños porque no había nada que darles. Hoy nos paramos con esa comida. Hay veces que compro dos panes y a dormir en todo el día”.

No tiene esperanza de ayuda social. El consejo comunal hace 15 días recogió sus datos para la bolsa de comida. Hace años también la apuntó para el beneficio de madres del barrio, que nunca se concretó. “Me he inscrito en todo, hasta para tener una casita y nada. Lo que estamos viviendo es horrible. Cuando (el presidente) Chávez vivía era diferente”.

A pedir

El andar de familias por la Lechuga es constante. En el puesto de venta de pescado, yuca y arroz de Miguel Villadiego se ven pasar.  “Hay mujeres que vienen porque no tienen qué comer. Piden un poquito de azúcar, arroz. No siempre son las mismas, pero son más de dos veces a la semana que llegan a pedir”. 

A sus 63 años, Villadiego entiende las “necesidades” que le rodea. Se cuenta entra la estadística de desempleados y sin futuro de pensión. Con sus hijos se estrechan los auxilios y garantía de tener comida bajo el techo familiar.

El Gobierno tiene en sus registros la situación macrosocial de los más de siete millones de hogares, en data del INE. En los censos de los CLAP están contenidos los datos alimenticios. En las estimaciones de reducción de la pobreza y pobreza extrema por hogares ya se asoma un indicador. A 2011 se proyectó 24,57 por ciento y 6,97 por ciento, respectivamente.

No se come con un salario 

Roberto Osorio pasa por la trilla arriando al burro que le da de comer. Va junto a su “mujer” Elvira y cuatro de sus nueve hijos. Salen en grupo a recoger metales y plástico para tener a diario “un ingreso para sobrevivir”. Son seis mil o cinco mil diarios que al igual que el “sueldo mínimo no alcanzan para vivir solo para medio comer un kilo de arroz y huevos para dar a los muchachos”.

Sobre la carreta ruedan. Se mueven por los terrenos convertidos en vertederos de desechos. Descalzos y con ropas que parecen ser estropajos exhiben la realidad de la pobreza, de vivir “en un rancho sin nada”. Osorio da “gracias a Dios y el burro”, sin ellos “no tendría comida”.

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