Los Abeles de tu haber 

La actividad destructora del enfermo se despliega; promoviendo rencores, fraguando mentiras, desvirtuando la verdad y sorprendiendo la ingenuidad

Un comportamiento humano se remonta al Génesis, cuando por celos un hombre -Caín- mata a su hermano -Abel. Y este fratricidio lo vemos en muchos quehaceres de la vida, cuando por envidia los seres humanos son capaces de armar toda una telaraña de situaciones, cuyo único propósito es asegurarle una muerte al otro, al semejante, porque sencillamente el oscuro y bajo sentimiento de la rivalidad malsana se apodera de los corazones y de las mentes, y entonces comienza la traición, los movimientos subterráneos, las zancadillas y con toda suerte de estratagemas se proponen quitar del camino a aquel que tiene la luz interior, por la incapacidad de otros de encender la propia. 

La historia está llena de experiencias donde la turbia mirada del hombre envidioso, maquiaveliza su entorno para lograr los propósitos que otro ha conseguido por méritos propios y de los cuales el fratricida quiere apoderarse. Existe un género de personas aparentemente normales, en las cuales, si analizamos con mesura y objetividad, lograremos detectar un flagelo de trascendencia tan peligrosa, como el cáncer o el sida.

La actividad destructora del enfermo se despliega; promoviendo rencores, fraguando mentiras, desvirtuando la verdad y sorprendiendo la ingenuidad, creando recelos, sembrando cizaña, fomentando la discordia y tergiversando los hechos.

Sin medir las consecuencias de su actuar, o habiéndolas medido con sin igual premeditación y alevosía; expone a las personas e instituciones a un resquebrajamiento de su integridad moral, a un debilitamiento de su imagen ética, a una situación de constante duda en su conducta, a una sanción de sospecha ante el grupo social, a un desmejoramiento de su calidad profesional, a una ruptura de sus buenas relaciones sociales.

En fin, logra crear un ambiente tenso, oscuro y bajo presión; haciendo que las actividades cotidianas se tornen fastidiosas, temibles o llenas de constante estrés. El enfermo que fomenta la intriga, la infamia, el odio y el rencor; pareciera no tener más oficio que crear enredos, chismes y embrollos. Y lo peor del caso es que se jacta de ello y goza al encontrar prosélitos que incautos o no, se adhieren a su campaña. 

El chismógrafo, cual anófeles, pica y lo demás queda a la imaginación de la audiencia que, añade o quita a la noticia según su gusto, acomodándola al tamaño de su fantasía, como acordeón. Por su macabra y afectada mente, a quienes padecen este mal no les agrada vivir en paz y para estar en constante suspenso, activan la marcha de una gran bomba para expectar cuando ha de explotar, apostando el aplastamiento del hermano.

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