Los estragos del centralismo del siglo XXI

La Constitución de 1999 promueve la descentralización, pero en la práctica, no ha habido en toda nuestra historia republicana, un Gobierno más centralista que este

Toda nuestra historia republicana ha estado signada por una pugna de quienes promueven, abierta o solapadamente, el centralismo y quienes han estado convencidos de que el mejor camino para lograr gobiernos cercanos a la gente, que tengan competencias y recursos para resolver los problemas grandes y pequeños de la patria, es la descentralización. No tengo dudas en afirmar que esa pugna ha sido ganada, para desgracia de Venezuela, por el centralismo.

Es tan útil e importante la descentralización, que cuando en febrero de 1989 se produjo el estallido social conocido como El Caracazo, el poder público, buscando la oxigenación de la democracia, inició un proceso que estuvo orientado hacia la elección directa de gobernadores y alcaldes y hacia la transferencia de competencias del poder público nacional hacia estados y municipios. Y esos hechos dieron un impulso interesante a las entidades subnacionales, que se convirtieron en espacios con liderazgos, competencias y recursos suficientes para producir bienes y servicios que mejoraron la calidad de vida de nuestros pueblos.

La Constitución de 1999 promueve la descentralización, pero en la práctica, no ha habido en toda nuestra historia republicana, un Gobierno más centralista que este. Este Gobierno, ya demasiado largo a sus 17 años, ha llevado la centralización a niveles inaceptables. No solo se ha empeñado en concentrar todas las competencias y recursos en manos del Presidente de la República, sino que ha hecho esfuerzos para acabar con nuestra forma de estado, en favor de un estado comunal que no tiene pies ni cabeza. El objetivo de este Gobierno es acabar con gobernaciones y alcaldías y crear una nueva forma de estado signada por un poder central omnipotente y organizaciones de base vinculadas directamente a ese poder central, partidizadas, ineficientes y dependientes.

El centralismo ha hecho estragos con nuestro país y con sus oportunidades. Que el Presidente de la República administre el 92 por ciento de los recursos de nuestra nación, mientras que el ocho por ciento restante sea administrado por 23 gobernaciones, un Distrito Capital y 335 municipios, constituye una demostración de cómo no debe administrarse un país. Cada vez que discutimos un problema en la Asamblea Nacional, recordamos que está pendiente asumir la descentralización en todas sus dimensiones. Este país va a cambiar de Presidente, pero también tiene que cambiar de modelo. Asumamos la descentralización y Venezuela estará mucho mejor.

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