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Toda mi infancia la viví en un pueblo andino rodeado de montañas, un cielo azul besado por nubes algodonadas y un río caudaloso y atrevido. En ese maravilloso espacio terrenal compartí mi niñez con muchas amigas inolvidables, una de ellas de nombre Ana Elena, ojos rasgados y verdes como la vegetación profunda, vivía en una antigua casa, construida en una área que mucho tiempo atrás era un cementerio, eso pasa frecuentemente en esos terruños, la población crece y llegan a habitar hasta los camposantos. En ese espacio, acompañados siempre de bellos durmientes, jugábamos y nos divertíamos sin parar, su padre decía: “tranquilas, jueguen, jueguen que los muertos no salen”.
Solamente una vez escuché un relato, que en el patio de otra amiguita, en la mata de naranjo chino, apareció un muerto con una botija llena de morocotas de oro, enterrada por ancestros adinerados, propietarios de grandes extensiones de café. Esa familia se fue muy lejos con el dinero a otra parte, nunca más vi a mi amiga. Recuerdo estas historias porque hoy la realidad es otra, y al parecer los muertos sí salen y andan de parranda en plena campaña electoral, haciendo proselitismo político parejo, quedando evidenciado en el “comandante eterno”, supremo, poderoso, intergaláctico Hugo Chávez Frías, fallecido hace dos años y medio, pero en la actualidad con más militancia activa que cualquier candidato, a las próximas elecciones parlamentarias, exponiendo, aunque sea un sombi de ultratumba, que los muertos sí salen y andan cantante y sonante y además con mucha platica, debido al uso excesivo de los recursos del Estado en esta contienda política con la imagen del fallecido Presidente en toda la publicidad circulante.
El oficialismo encadena y amenaza a los medios para que trasmitan en vivo sus actividades proselitistas, exhibiendo total ventajismo y abuso de poder, violatorio de la Constitución Nacional, Ley de Proceso Electoral, Ley de Contraloría y Ley de Protección de los Recursos del Estado, obviando además la responsabilidad de organizar un evento electoral, equilibrado y transparente que impida deontológicamente que se recurra para conquistar votos a un difunto, frío e inerte. Dejen ese muerto en paz, que los muertos no salen de sus tumbas.