Los otros

Las verdades únicas no existen en el ámbito social, y quienes creen tenerlas en sus manos pavimentan el camino hacia los extremismos. Hoy en Venezuela esas verdades han estado siendo esgrimidas desde hace algún tiempo, trayendo como consecuencia previsible la falta de reconocimiento del otro, de aquél que piensa distinto. Muchas veces las descalificaciones no se preocupan mucho siquiera por estar dirigidas a las ideas sino a quien las esgrimen, así la arena política, que es dónde por definición se deberían dirimir las diferencias, se ha convertido en un espacio propio de la inquisición, donde pensar distinto es suficiente para etiquetar a alguien con los peores adjetivos.

Este fenómeno quizás lo inició el Gobierno, en aquél momento cuando se empezaron a utilizar etiquetas como “escuálidos” el discurso basado en la exclusión tomó forma, así poco a poco fue ganando terreno la segmentación de la sociedad entre “ellos” y “nosotros”. Con lo perverso que esto puede ser para cualquier sistema democrático, desde el punto de vista de la política es comprensible por aquél famoso “divide y vencerás”. Este discurso fue además relativamente sencillo de sembrar pues el terreno fértil sobre el que creció fueron las exclusiones previas que ya existían en el país, una segregación preexistente hacia las clases más pobres, esas que literalmente eran marginadas.

Lo novedoso de estos últimos tiempos es que esas segregaciones se están dando entre grupos que se supone tienen objetivos comunes, específicamente lograr un cambio de gobierno (y presumiblemente también, “una mejor Venezuela”). La lógica es la misma: quien piense distinto está errado, su equivocación ni siquiera es de buena fe sino por complicidad, por lo tanto es un enemigo, y como tal tiene que ser aniquilado moralmente. Desde voces aisladas que sólo se escuchan a sí mismos, hasta supuestos líderes políticos que se supone deberían tener cierta capacidad para encontrar puntos de encuentro, el dogmatismo se ha apoderado de la vida social en Venezuela.

La consecuencia de lo anterior es obvia, una atomización de la sociedad y su consecuente destrucción del tejido social. El resultado desde el punto de vista político, y específicamente desde el plano de la gobernabilidad, no será otro que la lucha de facciones, en la que la más fuerte se imponga temporalmente a las otras, y así sucesivamente. En este momento específico, por mencionar un ejemplo, una de esas facciones se siente empoderada porque a falta de fuerza propia se ha plegado a un discurso de intervención extranjera, con la esperanza de posteriormente ser nombrada a dedo como garante de la pax con el apoyo de fuerzas que no son propias.

Quienes presentan la vuelta de Venezuela a una senda de progreso como un proyecto de ingeniería ponen como primer paso “salir del gobierno”, y luego básicamente las siguientes acciones tienen que ver con aspectos técnicos/económicos y mucho de venganza disfrazada de justicia. Esa fórmula es peligrosa por muchas razones, pero en especial porque no contempla la atomización del país y su consecuente dificultad para lograr gobernabilidad. Hay escenarios que plantean un cambio de Gobierno, unos más o menos probables que otros, lo que sí se puede afirmar con certeza es que en una sociedad atomizada la lucha entre facciones permiten prever un futuro conflictivo.            

 

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