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Para los Warriors de Golden State finalmente llegó la gloria. Los californianos se impusieron ante LeBron James y los Cavaliers de Cleveland y se titularon como monarcas de las Finales de la NBA después de 40 años.
“Al final, es solo un partido de baloncesto”, respondía el coach Steve Kerr cuando le preguntaban sobre la presión de jugar las Finales y después de apuntarse el primer anillo en su estreno como entrenador. También fueron los primeros de Stephen Curry, Klay Thompson, Draymond Green, Andrew Bogut, Harrison Barnes y un Andre Iguodala que apareció en grande para contener a James y aportar en ataque y así llevarse el MVP de la justa decisiva. En fin, las primeras de prácticamente todo Oakland.
Golden State levantó el trofeo Larry O’Brien a través de 83 victorias totales, tercera mejor marca histórica por detrás de los todavía inalcanzables Bulls de Michael Jordan, Phil Jackson y el mismo Kerr: 87 y 84 entre 1995 y 1997.
Además, con solo cuatro derrotas entre temporada regular y playoffs en el Oracle Arena, fueron líderes de la temporada en puntos anotados, asistencias y porcentaje de tiro de campo y triples. Casi el mejor ataque (a una décima de la eficiencia ofensiva de los Clippers) y la mejor defensa (98.2 de rating). Su diferencial entre puntos anotados y recibidos (10.1) dejó a años luz al segundo (Clippers, 6.6).
Los Warriors ganaron por creer y trabajar bajo un concepto de juego, por tener a los “Splash Brothers” en el tiro exterior (Klay Thompson y el MVP Stephen Curry), y por tener el mejor bloque, por defensa y por ataque y alternativas. Pero además cuentan con un núcleo de jugadores -y un entrenador- que invitan a soñar a sus fanáticos, pues en Golden State entienden que con el material que tienen no pasarán otras cuatro décadas para volver a alcanzar la gloria.