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Brasil reactivó ayer las alarmas sobre su sistema penitenciario después de que 56 presos murieran en una cárcel de la Amazonía durante un enfrentamiento entre bandas, una guerra interna del crimen organizado a la que se suma las condiciones precarias de los presidios y el hacinamiento.
"Todo esto es la consecuencia de un sistema fallido que no tiene como continuar", dijo a EFE Epitácio Almeida, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Orden de los Abogados de Brasil (OAB), quien coordinó las negociaciones para la liberación de rehenes en la cárcel que fue escenario de la matanza.
Almeida, quien desde hace siete años participa como mediador en rebeliones carcelarias, aseguró que la matanza en la cárcel de la ciudad amazónica de Manaos fue el punto álgido de una "guerra entre facciones" que ocurre desde hace años en el estado de Amazonas y en todo Brasil.
La matanza de presos en el Complejo Penitenciario Anísio Jobim fue la segunda mayor en la historia del sistema carcelario de Brasil, después de Carandirú, como se conoce la masacre que en 1992 acabó con la vida de 111 reos en un presidio de Sao Paulo.
El sangriento motín comenzó el domingo tras un enfrentamiento entre miembros de la facción criminal conocida como Familia do Norte (FDN), que mantienen el control del tráfico de drogas en la prisión, e integrantes del Primer Comando de la Capital (PCC), una banda con gran influencia en el estado de Sao Paulo.