Los dirigentes democráticos del orbe tienen que aprender a guardar el equilibrio entre la razón y la emoción. Es evidente que los principios y valores democráticos se han debilitado a escala planetaria. La ética en el liderazgo presidencial se ha vuelto maleable y se ha ablandado la conciencia humana de los dirigentes
“Lo más pecaminoso de la soberbia es que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos”. Fernando Savater
La democracia es la expresión de la pluralidad, del disenso y del acuerdo, del respeto y la tolerancia. De allí lo dificultoso de lograr consenso entre los sectores y factores políticos que adversan al actual régimen. Esto no sucede en los predios tiránicos porque ellos siempre cuentan con un contingente de esclavos satisfechos y aduladores empedernidos que bajan la cerviz ante la palabra o el capricho de sus desvergonzados amos. Las lealtades ya no se congregan alrededor de un ideal de libertad y de justicia sino en torno a la soberbia y el engaño que no repara en malear la historia, las religiones, la economía, la cultura, la moral y buenas costumbres, y la ética.
La soberbia del chavismo, etiquetado así, no como pensamiento estructurado, sino por tener seguidores fanatizados, sigue avivando la llama del odio, un odio, como decía el Dr. Ávila mayor, satánico, ciego, negativo y estúpido que intenta empujar a todos al abismo mediante la destrucción del Estado y sus instituciones y la disolución de la República y los símbolos que nos enaltecen. No se repara en que el ser humano siempre llega a sentir odio contra todo lo que lo oprime y que la mentira no puede, ni podrá, seguir siendo la primera fuerza que dirija el mundo.
Los dirigentes democráticos del orbe tienen que aprender a guardar el equilibrio entre la razón y la emoción, porque la razón si gobierna sola, -decía Gibrán-, es una fuerza que limita, y la pasión sin guía es una llama que arde hasta su propia destrucción. De modo que hay que predicar con el ejemplo para que cada uno de nosotros sepa cuándo manifestar la indulgencia y cuándo el rigor, porque sobre este equilibrio está basada la vida en sociedad, sepámoslo o no, querámoslo o no. Ni el odio, ni la mentira, ni la soberbia, ni el engaño, en circunstancias en las que se precisa la serenidad y el equilibrio, servirán para desalentar las malas acciones y estimular e impulsar las buenas, sobre todo cuando el rumbo se tiene claro.
He escrito en artículos anteriores que un líder medianamente inteligente capta en el lenguaje y las acciones las características y condiciones humanas de sus interlocutores. Desde la subida de Chávez al poder hasta el sinvergüenza actual, han querido hacernos creer que su ideología atrasada responde a fundamentos científicos; que su adoctrinamiento es un proceso de transformación educativa; que su visión de sociología rural es la alternativa ante la economía global; que su fe cristiana da cabida al sincretismo religioso; que su visión particular, falsificada y acomodaticia de la historia es una realidad que se aproxima a nuestra fundación como pueblo; y que la aplicación sectaria y arbitraria del derecho y sus injusticias son necesarias para lograr el triunfo de su “revolución”.
Es evidente que los principios y valores democráticos se han debilitado a escala planetaria. La ética en el liderazgo presidencial se ha vuelto maleable y se ha ablandado la conciencia humana de los dirigentes, por eso, a las generaciones presentes y futuras toca un sincero y profundo proceso de formación en principios y valores que garanticen la transformación de la sociedad hacia escalas mayores de bienestar, justicia y paz.