Mi honor en cuatro lances

Mi difunto padre nos enseñó que: “la palabra de un hombre tiene que ser como su huella. Debe poder seguirse a donde quiera que él vaya. Para él, hablar y hacer eran la misma acción. Cuando le daba la mano a alguien como pacto de caballeros, era como si acabara de firmar un documento

Recientemente, al llegar a la edad de 60 años, me hice una “autopromesa”: comenzaré a escribir mi biografía. Emprenderé este reto, tal vez para materializar un oculto sueño de trascendencia o quizás para concretar lo que tanto he oído desde mi niñez; el ser humano para cumplir su misión de vida debe realizar tres acciones fundamentales: engendrar un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. He cumplido satisfactoriamente los dos primeros pasos, por lo que pienso que ha llegado el momento de emprender el último. Convencido estoy de que, extraer recuerdos de mi memoria no será un proceso fácil, sin embargo, el ir narrando anécdotas a través de estos artículos, creo que podrá ayudarme en la concreción de esta idea, Por supuesto, que estas historias las iré alternando con temas de diversa índole, para evitar el aburrimiento de mis lectores.

Mi difunto padre nos enseñó que: “la palabra de un hombre tiene que ser como su huella. Debe poder seguirse a donde quiera que él vaya. Para él, hablar y hacer eran la misma acción. Cuando le daba la mano a alguien como pacto de caballeros, era como si acabara de firmar un documento. Orgulloso, como me siento de ser su hijo, a través de este articulo le rindo tributo con la puesta en práctica de sus enseñanzas. Iniciaré esta nueva etapa en mi rol de comunicador, narrando cuatro de las grandes decisiones que me ha correspondido tomar en mi vida, en las cuales se jugaba el cumplimiento de mi palabra, o el sacrificio de principios rectores de mi vida.

La primera de estas experiencias me sucedió en el año 1987, en aquella época, siendo yo presidente de la Asociación de Gestores de Caracas, se me presentó la oportunidad de aspirar a la representación nacional. Comprometí mi palabra de acompañar, como vicepresidente, a un buen amigo en su fórmula. Mis compañeros de Junta Directiva, militantes todos en un partido político, me exigieron que rompiera ese compromiso y asumiera la candidatura a presidente, porque de lo contrario la alianza mayoritaria nos aplastaría. Colocado entre la espada y la pared, tomé una decisión, a todas luces, la más incorrecta políticamente: respetar mi compromiso. Pero como dicen Dios premia la constancia; llegado el proceso rectificaron su decisión, lo cual nos permitió salir triunfantes.

Segunda oportunidad, en Consecomercio, hasta hace muy poco, existió una norma no escrita, que quien llegaba a la primera vicepresidencia, casi que automáticamente era el próximo presidente. Estando yo como segundo vicepresidente de ese organismo, y en los prolegómenos del proceso eleccionario, se me acercaron varios dirigentes del sector, exigiéndome que debía romper la tradición, para lo cual debía intentar dejar en el camino, al primer vicepresidente. Por supuesto que mi respuesta fue contundente: nunca me prestaría para una acción de tal naturaleza. Hoy todavía cuento con el aprecio y respeto de mi amigo y mi turno presidencial llegó de conformidad con las normas institucionales.

El tercer caso me sucedió estando en la presidencia de Fedecámaras. Siempre he cuestionado el axioma “uso y costumbre”: esto se hace de esta manera porque siempre se ha hecho así. Estoy convencido de que, la inconformidad de los seres humanos, es la que nos ha permitido lograr los saltos positivos en la historia. Por eso y en contra de todas las opiniones, decidí optar por la reelección a la presidencia de Fedecámaras. Allí nuevamente empeñe mi palabra, con un equipo para la primera vicepresidencia y la tesorería. A lo largo de la campaña, se me acercaron múltiples actores para solicitarme que retirara mi apoyo, sobre todo al candidato a la primera vicepresidencia, incluso la noche anterior a las elecciones, sostuve varias reuniones en las cuales me propusieron que si adoptaba esa decisión, me garantizaban que al día siguiente sería ratificado en el cargo. En caso contrario, mi derrota sería inevitable. Una vez más tomé la decisión incorrecta políticamente, pero cónsona con mis principios: mañana, seguramente perderé, pero tengan la seguridad de que mi conciencia no tendrá nada que reprocharme, respondí. Los pronósticos resultaron ciertos, perdí unas ajustadas elecciones, ante un excelente candidato y amigo de muchos años. Por cierto, esa amistad y respeto se mantiene hasta el presente.

Los caminos de la vida son enrevesados, la misma persona, a quien había apuntalado para Fedecámaras, fue el protagonista del cuarto caso, pero en la acera opuesta. Al salir de Fedecámaras varios dirigentes emprendimos un proyecto político llamado Gente. Mientras que esta iniciativa era solo un sueño, todo era amor y paz, todos “hermanos”. Apenas el CNE nos concedió la autorización, se desataron los demonios. Cuchicheos, reuniones secretas, cabildeos y una frase que se hizo cotidiana: tenemos que buscar operadores políticos. Un día, el amigo en cuestión, me propuso que nos quedáramos con el partido, para ello debíamos defenestrar a los otros siete fundadores. La respuesta fue inmediata: propongámosles a ellos que se disuelvan, para ver qué opinan. Hasta allí llegó la alianza. 

Por no haber nacido cuando repartieron la traición, mi conciencia nunca ha estado en venta, ni tiene precio. Mi práctica fundamental es: lo más grande que tiene un ser humano es el honor y su palabra. Sólo tiene un juez que lo sentencia, uno mismo. Las decisiones que toma y cómo las lleva a cabo, son un reflejo de su personalidad, porque podrá ocultarse de todo el mundo, menos de sí mismo.

 

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