Mi maestra me regaló unos zapatos

Muchos niños se reían de mí y eso me causaba tristeza. Todos  tenían zapatos escolares como calzado y yo mis chinelas. Mi maestra, muy ponderada, cuando me veía triste por la burla de algunos de mis compañeros, los miraba con corrección y momentáneamente todo quedaba olvidado

Corría la década de los 70 y contaba yo con nueve años, mi madre se ganaba la vida limpiando casas, planchando y haciendo oficios domésticos, era una madre soltera que se convirtió en padre y madre. Me enviaba a clases con ropa muy humilde. Recuerdo que yo no usaba zapatos sino unas cotizas guajiras negras. Esas chinelas, así las llamaba ella, eran de suela de caucho de neumáticos, eran calientes pero mantenían el pie cerrado y protegido.

Estudiaba yo en el barrio 18 de Octubre y al llegar a clases, a mi tercer grado en la Escuela Municipal Francisco Antonio Granadillo, muchos niños se reían de mí y eso me causaba tristeza. Todos  tenían zapatos escolares como calzado y yo mis chinelas. Mi maestra, muy ponderada, cuando me veía triste por la burla de algunos de mis compañeros, los miraba con corrección y momentáneamente todo quedaba olvidado, nos integrábamos  a trabajar en las tareas de la clase. Un mediodía, la maestra me dijo: dile a tu mamá que mañana saldrás conmigo y llegarás un poco tarde. Así fue y al día siguiente me sentí como acompañado de una princesa.

Era la primera vez que me montaba en un auto que no fuera por puesto, y era nuevo, olía a un fresco y delicado aroma y me senté al lado de mi maestra quien conducía. Al fin se estacionó y me hizo bajar, entramos a un almacén lleno de ropa nueva, de zapatos y de gomas, para mi inexperiencia era un verdadero sueño. De pronto mi maestra me dijo que me sentara en una banquita y me quitó la chinelas, me puso unas medias –era la primera vez que yo usaba medias– y empezó a medirme zapatos. Hasta que seleccionó un par y me dijo: con estos zapatos irás de ahora en adelante para la escuela.

Esta es una historia real, parte de mi vida, de mi infancia y aunque por veleidades del destino no menciono el nombre de mi maestra de tercer grado, quiero honrar a todas las maestras y a todos los maestros que hacen más que ser docentes, son verdaderos héroes y heroínas; son seres llenos de luz que acarician el alma de sus alumnos y hacen reposar en ella la grandeza de un ser humano.

Hay muchos héroes y heroínas que  siembran y fortalecen valores en los corazones y en las mentes de tantas generaciones; algunos nunca han querido un reconocimiento público porque se diluiría la esencia de sus gestos, pero hay ángeles que acompañan a sus alumnos y los hacen sentir amados, forjando en ellos grandezas y destinos.

 

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