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Para esta Semana Santa de la cristiandad, es bueno reflexionar en los dichos y parábolas de Jesús, el Cristo. Una de ellas que ha creado grandes inexactitudes doctrinarias es: “Mi padre y yo somos uno”, entendiéndose como que si Jesús fuera Dios mismo.
La versión es como sigue: Moisés, el profeta hebreo, presentó a Yahvé como un Dios único, pero temible, cruel, distante y despiadado. Era una imagen de un Dios que creaba temor. Jesús enseñó otro concepto diferente: Dios era un padre, creador de todo lo visible e invisible, quien ama al mundo y al hombre. A ese Dios el hombre le ama y reverencia, observando respeto y obediencia por sus mandamientos.
Pero Jesús no se detuvo en ese nivel: Fue aún más lejos y más profundo que Moisés: Dios no está separado del hombre, distante, sentado en un cielo con sus ángeles y arcángeles, sino más bien está sembrado en cada conciencia de la humanidad, el espíritu. De hecho, la conciencia es la expresión más elevada de Dios dentro de cada hombre, de modo que los que actúan con una conciencia estrecha, pigmea, enana, no expresan a Dios en su comportamiento, así digan ser hombres religiosos.
El maestro de Fraternidad Blanca Universal, Omraam Mikhael Aivanhov, lo explica así: “Si pensamos que Dios está fuera de nosotros y que nosotros estamos fuera de Él, nos colocaríamos lejos de su luz, de su poder y de su inmenso amor”. He ahí del porqué debemos alcanzar ese estado de conciencia en el que sentimos que Dios y cada uno de nosotros, somos la misma cosa. Jesús al respecto lo señaló maravillosamente: “Mi padre y yo somos uno.” También esto otro: “Sois dioses encarnados.”
La persona que actúa con bondad y conciencia, siendo la rectitud y la moral el norte de su vida que le impide hacer el mal, distorsionar el sentido de la ley divina y las leyes positivas humanas, es un hombre que de verdad expresa a Dios en la cotidianidad. Cada hombre es parte de ese Dios infinito, que impregna el universo entero en los planos visibles e invisibles; Dios es la inmensidad y la totalidad de lo que existe. Esa monada del Creador sembrada dentro de cada hombre, es el espíritu, a diferencia del alma que maneja y tiene que ver con las emociones, sentimientos, pensamientos y acciones.
Tener conciencia inequívoca de que Dios se halla como una miríada dentro de cada persona, cualquiera sea su condición social, económica, raza, color, ideología y creencias, es la clave esencial que abre horizontes insospechados de sabiduría, salud, éxito y felicidad.