Los inmigrantes y refugiados venezolanos en Bolivia trabajan por hacerse un espacio en la economía del país con emprendimientos o negocios personales y familiares que llevan su identidad en la gastronomía, repostería, peluquería u otros oficios.
El mensaje es mostrar que quienes viajaron más de 2.500 kilómetros de Venezuela a Bolivia tienen sus capacidades y que "vienen para colaborar en lo económico y sociocultural", aseguró a Efe el sacerdote Ildo Griz, director de la fundación Scalabrini.
Justamente este miércoles uno de esos espacios fue una feria ambulante instalada en pleno centro de La Paz que mostró los pequeños negocios de varias familias venezolanas que decidieron echar raíces en Bolivia y no solo quedar de paso.
Los dulcitos de Mabel
Mabel, de 46 años, llegó en 2018 a Bolivia para comenzar una nueva vida junto a sus tres hijas.
Ella aprovechó su titulación en contaduría para conseguir un trabajo como promotora de ventas en una empresa hasta que sobrevino la pandemia y quedó desempleada, un sacudón que la hizo salir de su "zona de confort" y reinventarse, recordó.
"Comencé con los dulces", dijo en referencia a su talento en repostería e hizo una jugada maestra, ya que en vez de insistir en las ciudades grandes como La Paz o El Alto, apostó por irse a "provincia" y mostrar su talento en Batallas, un pequeño poblado en el Altiplano paceño.
Allí se ganó el aprecio de la comunidad invitando a los lugareños primero sus creaciones como rebanadas de pasteles de vainilla o chocolate, además de fresas con crema, para luego adaptarlas al paladar boliviano fusionado con algo de su estilo venezolano.
"Ya tengo seis meses en Batallas y gracias a Dios me ha ido muy bien", mencionó.
El secreto de su éxito fue participar en la feria del pueblo cada sábado, algo que hizo que tenga contactos para atender pedidos especiales.
Arepas para todas horas
Anthony se dio modos para, junto a su esposa y hermana, montar un negocio que todavía está por crecer para ofrecer las tradicionales arepas venezolanas hechas de maíz con un relleno de pollo, carne o frijol, en las calles de La Paz.
Este emprendedor cree que la "peculiaridad" de su comida es que se la puede disfrutar en "el desayuno, almuerzo o cena", a diferencia gran parte de la boliviana que está hecha para horarios específicos, analizó.
Anthony, que tiene un hijo de cinco años, rememoró que lo difícil en Bolivia fue hacerse un espacio para vender en las calles de La Paz, en las que algunos comerciantes locales resisten a la competencia.
"Mientras haya vida y salud lo demás se consigue", es prácticamente su lema, puesto que considera que le va bien con los pedidos que de tanto en tanto le llegan al teléfono móvil y que son producto de sus incursiones en las ferias callejeras en distintos barrios paceños.
La fundación Scalabrini que trabaja con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ha tenido contacto con alrededor de 1.700 inmigrantes, en su mayoría venezolanos, durante los últimos meses.
El padre Griz sostuvo que alrededor de un centenar de esa población han mostrado un "perfil de emprendedores" y que han gestado pequeños negocios que están comenzando a dar sus frutos.
"Hay muchas capacidades (en la población inmigrante venezolana) que queremos visibilizarlas para eliminar algunos preconceptos, actitudes de discriminación o de xenofobia", destacó el sacerdote.
La feria realizada en esta jornada fue promovida por la fundación Scalabrini, Acnur y Caritas Suiza, con el apoyo del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la estatal Universidad Mayor de San Andrés.
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