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Dice Moisés Naím que: “Nicolás Maduro no debe seguir siendo presidente de Venezuela”, porqué el 90 por ciento de los venezolanos le rechazamos y porque su ineptitud como gobernante ha sido y es pasmosa. Además adelanta la tesis del tonto útil, del títere cuyos verdaderos hilos son manejados por otros: los cubanos, los narcotraficantes y “los viudos del chavismo”, y muy especialmente el sector militar, encargado hoy de la más feroz represión contra civiles desarmados que protestan por la defensa de la democracia y Constitución vigente. Naím concluye sus críticas reflexiones sobre la desquiciada realidad venezolana de esta forma: “Sacar a Maduro es necesario. Pero no es suficiente. Es indispensable neutralizar a los tres nefastos carteles criminales que realmente mandan en Venezuela. No será fácil. Pero es posible”.
Adecentar el país y que vuelva a estar en sintonía con una sociedad moderna propia del siglo XXI es la tarea más inmediata. Aunque hoy, la ciudadanía se decidió a luchar y protestar, asumiendo el destino histórico como protagonistas. El costo en muertos y heridos ha sido muy alto.
Los más fundamentales derechos humanos están siendo violados mientras la oligarquía en el poder se dedica a bailar salsa y desfalcar a la nación. Internacionalmente, por fin, nos hemos vuelto visibles, y la solidaridad a favor de ésta “rebelión civil y pacífica en la defensa de un régimen de Derecho contra la tiranía y la opresión” (Declaración Universal de Derechos Humanos, ONU, 1948), es innegable.
Hoy, las famosas “misiones” gubernamentales, el soporte estratégico de la política social chavista se encuentra en bancarrota. Se acabaron los recursos y privó la ineficiencia. La única Misión que sostiene al régimen lleva por nombre: “Represión Mayor”. Donde ni siquiera los ciudadanos de la tercera edad se salvaron de todo el salvajismo que caracteriza a sus operarios de la GNB y la PNB, bien apertrechados, y sin ningún entrenamiento adecuado para proteger a los manifestantes. Con gas pimienta se encargaron de reprimir recientemente a nuestros abuelos y abuelas.
Cuando el poder se hace irracional y desconoce hasta sus propias leyes entramos en el peligroso territorio de una historia como infamia. La ciudadanía que protesta constitucionalmente no promueve golpes de Estado y mucho menos una violencia dañina, por una sencilla razón: no podemos parecernos, ni siquiera pálidamente, a quienes combatimos para restituir una democracia plena.