“Solamente libres del peso del pasado y superado la encorvadura de los errores e ingratitudes del presente, podemos entonces aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre trae.” Neuro J. Villalobos R.
Los venezolanos de los últimos 20 años hemos sido actores y observadores excepcionales de un período histórico convulsivo tanto a nivel mundial como a lo interno del país. Quizás sea esa una de las razones por las que no hemos tomado conciencia de la importancia de nuestro proceder individual y colectivo.
La gran mayoría no hemos comprendido que en el concierto mundial de naciones privan, generalmente, más los intereses que los principios plasmados en acuerdos, convenios, declaraciones y eventos protocolares, con excepciones periódicas, según convenga a la diplomacia del momento. De allí que las decisiones sean desesperadamente lentas.
A nivel interno nos hemos caracterizados por regodearnos con una historia epopéyica y la creencia en soluciones divinas o mágicas a nuestros problemas. La pereza mental nos impide pensar , como expresa Yuval Noah Harari, que la cooperación humana a gran escala se basa en mitos y que la manera en que la gente puede cooperar puede ser alterada si se cambian los mitos contando narraciones diferentes, y eso fue lo que hizo magistralmente Chávez desde sus comienzos, nos ha falsificado nuestra historia, nuestros símbolos patrios y muchas de nuestras expresiones culturales, al extremo de que sus seguidores sólo están esperando el momento apropiado para imponer una nueva carta magna que cambie drásticamente nuestros valores, principios y patrones de comportamiento.
No voy a unirme al coro de tontos útiles que le hacen un favor al régimen atacando al liderazgo de la oposición. El foco de nuestros objetivos está bien claro. Yo he escrito insistentemente que el vacío de liderazgo social en Venezuela preocupa a historiadores y científicos sociales que ven en esa ausencia la dificultad de encontrar salidas a los problemas que actualmente nos afectan, por lo que estamos obligados no sólo a luchar políticamente, con tácticas y estrategias adecuadas contra el enemigo que tenemos al frente, sus métodos y recursos, sino también, como ya dijera Carlos Fuentes, debemos educar al ciudadano para que aprenda a utilizar el poder en forma compartida.
Creo profundamente que el viejo liderazgo político, honesto pero atrasado y sin nociones de la revolución cognitiva en marcha, debe hacerse a un lado, sin resentimiento ni congojas, con la satisfacción del deber cumplido, y dar paso a las nuevas generaciones valiosas y bien formadas para que, guiadas siempre por la profunda convicción de su responsabilidad de renovación y de los cambios históricos y culturales en la dirección correcta que requiere el país, garanticen la reconstrucción de una gran Nación que se nutra de la fuente inagotable del progreso y del conocimiento.
Necesitamos un país donde se creen las circunstancias apropiadas para cambiar los mitos rápidamente, que nos permita avanzar libremente sin atavismos históricos ni sesgos ideológicos fracasados y antihumanos. Si un nuevo mito es necesario, debe ser el de la revolución de la riqueza.