Ancianos
En cada metro cuadrado hay una historia especial. Todos la tiene. El lugar y la coincidencia son todo un acontecimiento. No hay mejor vuelta a Tierra que un choque, de tal magnitud, con la realidad. Entre tantos niños y ancianos de la calle el futuro se torna oscuro, como el sucio de hace un par de días en sus rostros, en las plantas de sus pies descalzos y cubiertos de llagas.
Mi recorrido siguió. "Mañaña", la fundadora, me invitó a conocer a dos de los tantos personajes especiales que los acompañan cada miércoles en la iglesia Padre Claret. Aún restarían unas 590 historias por conocer en esa minúscula dosis de realidad, aunque no hace falta poder describirlas cada una a la perfección, cuando sabes que cada miércoles asiste al menos un abuelo de 80 años a un comedor eclesiástico, con casa y familia, con la falsa convicción de que al menos "ahorrándole" una comida semanal a su familia ya aporta económicamente a su realidad.
Pasado indolente
En la década de los 60 se ganó una beca para estudiar en la Escuela de Detectives de Buenos Aires. Es la mejor carrera del mundo", me definió con una sonrisa. Se graduó en cinco años y se regresó a Venezuela a trabajar. Desarrolló pasión por su profesión en el área de homicidios y dejó en el oficio su energía, su tiempo y su salud.
Gilberto Núñez tiene 78 años y una placa con 12 clavos en la espalda, como consecuencia de siete hernias discales que le dejaron sus "esfuerzos en la vida". No es su único padecimiento. Apenas puede caminar con la estabilidad de un par de muletas y al menos un paramédico a su lado. Padece una úlcera varicosa por una vena reventada en su pie derecho. La única atención médica que recibe es la del servicio de paramédicos que atienden en la Mesa de la Misericordia todos los miércoles, ya que me aseguró, molesto, que en ningún otro lado lo quisieron ayudar.
En los Centros de Diagnóstico Integral (CDI) de la ciudad le dieron la espalda por la avanzada infección en su úlcera. En los ambulatorios del Estado no quisieron garantizarle la asistencia médica. "Los CDI no me quieren curar a lo que me ven la vena con bacterias". No sabía si me contaba una historia protagonizada por la crisis que trajo la escasez de medicamentos en el país o si era un caso más de indolencia absoluta. Mientras tanto, unos cuatro paramédicos lo rodeaban y se disponían a quitarle las vendas a su pie para una nueva cura. Su sonrisa de agradecimiento me contó que en ese lugar se sentía en casa, muy lejos del barrio San José, donde habita.
Vejez desolada
Él estaba en silencio y miraba a todos ir y venir. Me miraba a mí. Estaba en una silla de ruedas y no me dijo nada, pero supo que yo buscaba historias. Bastó con que me acercara a saludarlo para que arrancara a llorar. Me agaché para escucharlo, pero hablar se le hacía difícil entre lágrimas.
Nació en Falcón, pero a los 12 años decidió irse de su casa debido a la inestabilidad económica por la que atravesaba su familia. Desde entonces depende de sí mismo para vivir, alimentarse y vestirse. Aunque estudió hasta el primer año de bachillerato, se dedicó a ser electricista y plomero hasta los 50 años.
Todo cambió cuando el impacto de un carro le destrozó las piernas en 2006. En ese tiempo acudió al Gobierno regional por ayuda. Recibió una placa en su fémur izquierdo, pero en el Hospital Universitario de Maracaibo le colocaron por error unos tornillos "mata burro" y empeoraron su padecimiento.
Claudio Davalillo tiene 61 años y llora al intentar hablar sobre su vida. Su familia está lejos, tiene al menos ocho años sin verlos y no sabe en dónde encontrar a dos de sus cuatro hermanos. Un par de vigilantes le dieron asilo en un bingo abandonado en la avenida Delicias y su "hogar" es una pieza en donde se baña y duerme. Pedir dinero a diario en el semáforo de la calle 59 y la avenida 15 es su "trabajo".
Pasar tantas horas bajo el sol le provocó un ACV. "Cuando ya tengo rato agarrando sol pareciera que la cabeza me fuera a reventar", me contó al secarse otras dos lágrimas. Le pregunté que cómo obtenía medicamentos y respondió que a través de donativos. Recibió la silla de ruedas en la que descansa hace dos meses gracias al voluntariado de la Mesa de la Misericordia, al igual que las muletas con las que se ayuda a caminar mientras el dolor en la pierna se lo permite.