Desde
De cuatro años, mamá me llevó al memorable mitin de Lusinchi en la Libertador, lo recuerdo como si fuera hoy; los espacios de la casa de AD, fueron lugar de juego, y papá me presentaba a diputados y dirigentes como grandes ejemplos. Desde los 17 años hago política (no podía tener otra vocación), y la búsqueda de la reivindicación social mediante el voto, está enclavada en mi concepción de la vida; no entiendo otra forma de buscar el poder, y nadie me explica la otra alternativa. Hoy el voto está nuevamente en peligro, y pocos recuerdan la huelga política de 2004-2005.
El voto no tiene voz propia, no puede hablar ni defenderse; imagino que si pudiera hablar diría: “Pueblo venezolano, desde mi lecho de muerte, te escribo unas líneas para que me hagas justicia. Te digo que mientras creas en mí como instrumento de lucha (sin jactarme de ser el único), habrá esperanza. Desde que elegiste militares, el camino electoral, es un campo minado, pero a la postre, hay luz al final de ese camino; por el contrario, la abstención, es un callejón sin salida en el que ya nos hemos estrellado. Solo algún sesudo líder de tarima, podrá creer en ese cuento tipo “hoy no fio, mañana sí”, que propone retirarnos hoy, para tener mejores condiciones y más confianza en la elección presidencial; yo no soy Lázaro, no resucitaré mañana.
Me entristece que los partidos de tradición democrática, duden y estén consultando ir a una elección. Pero más duele ver que ya otros decidieron por matarme, sin consultar ni a sus propios partidarios. Sigue la ruta política dictándose desde lejos de nuestras calles, se decide en Caracas, en el exterior, o desde los poderosos Bots de las redes sociales.
Volvieron a disparar primero y a averiguar después. Sin pensarlo, salieron otra vez a cantar fraude, porque es más fácil que reconocer sus muchos errores. El sistema electoral no es transparente, y ciertamente gobernaciones como Miranda y Bolívar se las robaron, pero, no es menos cierto, que muchas se perdieron con votos y por culpa de las debilidades de la Unidad: Falcón, Lara, Aragua, Barinas, Carabobo, Amazonas y Monagas.
Toda estrategia fundada en diagnósticos equivocados y negación de la realidad, fracasa. Fracasamos desde que dijimos que 112 diputados era la desaparición del chavismo, el cual, aun con el rechazo de Maduro, como movimiento nunca ha bajado del 25 %; olvidando que aun en 2015, el PSUV ganó seis estados. Escupimos para arriba cuando decimos “fraude” y no tenemos las actas, porque no cubrimos todas las mesas con testigos leales y capacitados. ¡Digan la verdad y no me asesinen!
Erraron desde 2013, cuando, ignorando que en el mundo, y particularmente en Latinoamérica, los grandes partidos de Gobierno están aventajados en las elecciones locales, y optaron por hacer de una elección de alcaldes, un plebiscito. Y en 2017, reeditan el error, sabiendo que el cuento de las 23 gobernaciones, era una pésima lectura del rechazo de Maduro. El régimen, aun con el 50 % de los votos podía ganar más de 15 gobernaciones, y con las alcaldías pasará igual, pueden obtener 200 alcaldías; pero la oposición, realmente unida, con coherencia estratégica y electoral, puede mantener un centenar de los más importantes municipios del país, comenzando por muchas capitales.
Si las elecciones fueran una carrera de caballos, donde se apuesta para ganar únicamente, no hubiéramos competido con Chávez en 2006. A las municipales se debe ir con estrategias y acuerdos locales y campañas fundadas en la realidad de cada municipio; o tampoco vamos a leer el error estratégico del mensaje hueco de “vota por mí para gobernador, para salir de Maduro”. El improcedente derrotismo, viene a cobrar la vida mía, cuando perder unas elecciones locales contra el Estado por ocho puntos (800 mil votos) no es ninguna tragedia.
El abstencionismo no es unánime, además, en este país la opinión cambia diariamente, he allí el reto de la dirigencia, o dirige o se deja dirigir por las pseudo verdades de las redes. Lo que hay en la calle es distinto, y, si la Unidad logra el aparente imposible de inscribir, por lo menos 100 candidatos únicos (ojalá fueran los 335), daremos una gran pelea. En el Zulia, no es imposible armar una maqueta con 21 candidatos únicos. No hay tiempo para encuestas ni mucho menos primarias, es un despliegue de alta política en emergencia.
Hay en el país 77 municipios que nunca hemos perdido en los últimos 14 años; entregarlos sin luchar, es suicida. Si no vamos, llegado enero al ver que entregamos todo, la clase política opositora será la que irá al paredón. En vez de matarme a priori, sería más sano inscribir candidatos, documentar seriamente y denunciar las incidencias del 15-O, y hacer un pliego de exigencias de condiciones electorales mínimas, y de no haber respuesta en unos días, se retiran en bloque. La historia latinoamericana dicta que esperar condiciones electorales pulcras de este tipo de regímenes, es tan romántico como sentarse a esperar a los “marines” en La Guaira. Aún en desigualdad electoral, las dictaduras sí salen con votos, es la verdad.
Ante el dilema de juramentarse ante la Constituyente (ANC), con la experiencia del Zulia, tendremos que optar por “el honor o la vida”. Son dos duros caminos, uno fundado en la sobrevivencia política y otro en el honor y la legalidad, ambos respetables; pero, si fuéramos coherentes y legalistas a ultranza, en principio no debimos ir a la elección anticipada por la ANC ilegítima.
Los candidatos a alcaldes, tendrán que tener el estómago no solo de competir en desigualdad, sino de ir a la ANC a cobrar el mandato del pueblo. Siendo falso que eso revestirá a la ANC de legitimidad; si de Derecho queremos hablar, lo que es nulo absolutamente, lo que está muerto a la luz del Derecho, no renace ni aun por cualquier intento de convalidación, menos si se hace bajo violencia y amenaza cierta. Cuando el ladrón dice: “El honor o la vida”, incluso colaborar con el delincuente para preservar la vida, no significa que se avale el delito o al delincuente, ni mucho menos se le puede reprochar a la víctima. Pero si hablamos de ética, parte fundamental de ella es saber priorizar al decidir, a veces entre el mal menor y el mal mayor; hoy, nos toca de nuevo pensar qué podrá ser peor, entre los dos caminos.
Es natural que el comunismo me quiera matar, pero que me manden al paredón quienes se llaman demócratas, esa vaina no, ¡no me maten, por favor!.