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Continuamos recorriendo el largo y espinoso camino de revisar el cúmulo de errores vulgares que afean y desdicen mucho de nuestros medios audiovisuales.
Comencemos por el obsesivo desapercibido. Sí, es cierto. Es un error extendido por todo el país, pero que se fijaría menos si no lo difundieran tanto los comunicadores sociales. En el único canal nacional de televisión que he quedado viendo, todo pasa desapercibido: las personas, los hechos, los decretos, las disposiciones… ¿Cómo no puede corregirse algo tan sencillo? Desapercibido no es inadvertido, que es lo que realmente quiere decirse. Desapercibo es desprevenido, no preparado, descuidado. Apercibir (del latín appercipere) es prevenir, disponer lo necesario para alguna cosa. Más se utiliza como pronominal, apercibirse. Sabemos de la proximidad del enemigo y nos apercibimos, nos preparamos; un amigo de alto aprecio nos anuncia su visita y nos apercibimos, nos preparamos para recibirlo, y si nos llegó de sorpresa, es posible que nos haya encontrado desapercibidos, no preparados para atenderlo como se merece. Para decir que una persona o cosa pasa sin ser notada, el vocablo propio es inadvertido. El verbo advertir (latín advertere, de ad, a, y vertere, volver) significa observar, fijar la atención en algo, llamar la atención, caer en la cuenta. Es palabra castiza, de las voces fundacionales del idioma, vigente en nuestro español desde el siglo XII, documentada en nuestros mejores clásicos: Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes, etc. Ninguna razón hay para que ahora, en nuestros “siglos de luces”, la callemos, opaquemos y suplantemos por otra voz que, además, no tiene su significado.
En el canal televisivo que hemos aludido se hacen muchas entrevistas, algunas sumamente importantes e interesantes. Con frecuencia, bellas, inteligentes y bien preparadas damas son invitadas, pero a pesar de su inconfundible presencia, sus bellos atuendos femeninos, el autor de los cintillos identificadores se empeña en masculinizarlas. Para él son médicos, ingenieros, cirujanos, sociólogos, psicólogos, etc. Pareciera haber un acuerdo tácito contra nuestro pobre idioma. Por un lado los chavecistas con sus aberrantes dualidades: diputados y diputadas, cancilleres y cancilleras, soldados y soldadas, con olvido de que el masculino comporta al femenino; y por el otro, olvido esta norma: si la profesión en el hombre termina en en -o-, en la mujer termina en –a-.