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Para designar a la persona que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas, se le han dado en el tiempo y en nuestra cultura varios nombres. En latín existió la palabra vates, ‘adivino, profeta’. En efecto, el vates vaticinaba, pronosticaba, adivinaba, profetizaba. En nuestra lengua, seguramente para destacar su creatividad y espiritualidad, al poeta se le llamó, desde el siglo XVIII, con el cultismo vate (no tiene femenino).
Al cantor épico de la antigua Grecia se le llamaba aoidós,y de allí otro cultismo nuestro para llamar al poeta, aedo (sin femenino), y por tardía influencia del francés apareció el sustantivo común equivalente aeda, también con aceptación académica y en los medios intelectuales y que algunos usan como femenino: el aedo, la aeda. No es así: es nombre común: el aeda, la aeda.
También del latín bardus, ’poeta’, se forma la palabra bardo (tampoco tiene femenino), nombre con el que se designó en el siglo XIII al poeta de los antiguos celtas, emigrantes ligados con los iberos y habitantes de la península antes de la llegada de griegos y romanos, pero que luego, por extensión y también como un cultismo, sirvió para designar al vate o aeda de cualquier época.
Por último y también desde la inagotable cantera clásica nos viene del griego la voz poietés, que en latín se registra como poeta, poetissa, aquí sí con clara distinción genérica: el poeta, la poetisa, con el inconfundible sufijo femenino -isa: profetisa, sacerdotisa, pitonisa, etc. Término que comenzó a usarse desde el siglo XIV, tiene registro oficial de la Real Academia Española desde su Diccionario de Autoridades (1737) y se ha extendido con general aceptación hasta nuestros días.
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Conocer con exactitud el uso de cada signo de puntuación es fundamental para una buena redacción. La coma sirve para encerrar las frases explicativas o elementos incidentales, esto es, palabras o estructuras más complejas que aclaran, precisan, fijan lo dicho, pero que si se suprimen, no hacen falta para la comprensión del sentido fundamental de la oración. Ejemplos: La falta de castigo, según la opinión de Bolívar, hace a los hombres temerarios; El Quijote, la obra genial de Cervantes, ha sido traducida a muchos idiomas; Esta solución, según mi humilde opinión, no es la más conveniente.