Reconocemos
Continuamos revisando las impropiedades más frecuentes en el habla popular venezolana y zuliana:
-Preside el concejo municipal. Los romanos disponían de los homófonos concilium y consilium. El primero para designar a la reunión de vecinos que trataban asuntos inherentes a la comunidad, su administración y desarrollo. El segundo para referirse a la reunión de personajes representativos para tratar asuntos de alto interés: la política, el comercio, el precio de las cosas, la cría de ganados, la administración de las empresas, de los trabajadores, etc. De ellos proceden nuestras bien definidas palabras: concejo y consejo. La segunda para designar a juntas o comités oficialmente encargados de funciones consultivas, legislativas, judiciales o administrativas; y también para indicar las recomendaciones u orientaciones que se dan para hacer bien las cosas (“Quien no oye consejos, no llega a viejo”). Por la primera acepción de esta reconocemos a los cuerpos asociados de dirigentes, Consejos de Ministros, Consejos directivos, Consejos administrativos y asociativos. Mientras que Concejo se limita exclusivamente a la denominación de la dirección y administración del municipio como división político-territorial, con dos precisos homólogos: cabildo y ayuntamiento. Decir Concejo Municipal es tan pleonástico como decir entrar para adentro o salir para afuera.
-No se preocupe, yo le llamo. Así le dice la amable recepcionista del hotel al cliente que le ha manifestado la necesidad que tiene de levantarse temprano. Y él le responde: Muchas gracias. Se lo agradezco. Nos expresamos mal, pero nos entendemos, lo cual es malo, pero muy grave para la salud del idioma. “Yo le llamo” debió ser captado por el cliente como un mensaje incompleto: Yo, sujeto agente; le llamo, predicado verbal complejo; núcleo: llamo; le, complemento indirecto (a alguien). Lo propio es que el cliente piense ¿a quién va a llamar?, ¿al gerente?, ¿al vigilante?, y que protestara: No, por favor, llámeme solo a mí. No moleste a nadie más. La recepcionista debió decir: Yo lo llamo. Lo: complemento directo, lo llamado; pero despreció el justo lo acusativo por el indebido le dativo, convencida, además, de que está hablando fino y respetuosamente. Este error se difunde mucho en documentos sociales como las tarjetas de invitación, en las cuales, indefectiblemente, se dice: Tengo el gusto de invitarle. No. Lo propio es: Tengo el gusto de invitarlo, si es a un caballero; invitarla, si es a una dama; invitarlos si es a un conjunto.