Ineludiblemente,
Cuando una persona acude a instituciones públicas o privadas de un país, puede percibir de inmediato, además de las potencialidades y virtudes de sus habitantes, los atributos de sus instituciones y empresas a través de sus funcionarios y empleados. Ciertamente, ellos expresan el potencial ético, la eficiencia, la eficacia, la amabilidad, el sentido de responsabilidad y de pertenencia de esa nación. A ello, ineludiblemente, agregamos la observancia del celo ético, la idoneidad, la capacidad de respuesta y atención efectiva de sus recursos humanos. Y es allí, cuando de inmediato nos damos cuenta que estamos ante un país competente y bien administrado. ¿Cuál es el secreto? Este secreto no existe.
Venezuela, es un país joven. Su tradición expresa, desde sus fundadores y padres libertadores, inteligencia, manifiesta propensión al trabajo y alegría sin par. ¡He aquí su potencial! Su responsabilidad y humor que son reconocidos más allá de las fronteras, deberían sustentar la fortaleza operativa y hacendosa de la administración requerible, para la efectiva transformación, que impulse el desarrollo y progreso deseable, que enriquezcan en el hecho, el desiderátum de la nación y de cada venezolano. Si el espíritu, la inteligencia, la propensión al trabajo y el sentido de pertenencia de la nación se organizan, bajo una administración consciente e imparcial en su operatividad y funciones, sin abandonar ni discriminar a ninguna de sus estructuras, lograría ineludiblemente, cambios ciertos. Así despertarían futuros positivos y posibles, en todos los factores del desarrollo político, social y económico del país.
Los recursos humanos, la preparación profesional y la capacidad gerencial existen en el país; pero cada uno en su tenor están siendo partidizados, mal orientados, subutilizados y sin apego a los principios de las relaciones públicas. ¿Qué es lo único que falta? La respuesta la empuja la actual crisis. Y la solución se encontrará solamente, si la voluntad política de todos los sectores del país la sabe superar, y de una buena vez, se torna imparcial, se desprende de todo atavismo anacrónico y depredador, de la incompetente y excesiva burocracia, del clientelismo político y sindical, de la corrupción y la impunidad, del nepotismo y el compadrazgo, del arribismo y el facilismo. Estas, entre otras causas, en su conjunto, están precipitando el fracaso. Reducirlas al mínimo, salvan a la nación.