
Jenny
Sentada en una acera de la avenida Bella Vista, estaba Jenny Bencomo comiéndose una mezcolanza de alimentos que acababa de hallar en un contenedor de basura. Harapienta, con el cabello enredado y los zapatos rotos, con una mirada que aguardaba por la ayuda de algún piadoso y un capítulo de su vida marcado de andanzas callejeras. Sus pensamientos la aturdían y las ganas de caminar desnuda por la ciudad eran latentes. Jenny tenía 36 años, cuando la rescataron para iniciar su rehabilitación más extensa.
Hace tres años, Damelis Salazar, coordinadora del Centro de Atención del Esquizofrénico y Familiares (Catesfam), y dos pacientes del recinto subieron a un carro en busca de Bencomo. Salazar vio, hacía un par de semanas, en un periódico una nota desagradable, apoyada de una fotografía, que referenciaba a Jenny como una “loca”. La imagen la ayudó a rastrearla hasta dar con su paradero.
Los integrantes de Catesfam la encontraron comiendo en la avenida y le ofrecieron la recuperación, que iniciaría en el Hospital Psiquiátrico de Maracaibo, donde la recluyeron. Salazar le prometió a Bencomo monitorear su mejora y ayudarla, después de su restitución. Tres meses más tarde, la dama tocó la puerta del centro de atención y allí la reinsertaron laboralmente por un año. En su primer cargo, trabajó como cocinera y luego se encargó de la limpieza, con el pago lograba costearse.
Recuerdos quebrantados
A los 14 de años, Jenny comenzó a experimentar los síntomas de un trastorno esquizoafectivo. Sus estudios se vieron truncados y la adolescente, en compañía de su madre, inició la búsqueda de una ayuda médica. “La primera vez tuve manifestaciones leves. No podía dormir, no me quería bañar, si me sentaban no me movía en todo el día. Mi tía se alarmó y le dijo a mamá que me llevara al psiquiatra”, recuerda Bencomo, la menor de siete hermanos.
Conforme pasó el tiempo, Jenny no dejó de asistir al Psiquiátrico en los episodios más complicados de la enfermedad. Permanecía 30 días recluida y le daban de alta, pero sus parientes no la apoyaron, por lo que en algunas oportunidades, uno de sus médicos tratantes, “el ángel”, como ella lo describe, se responsabilizó por la salida de la paciente. La familia Bencomo se distanció de Jenny. “Ellos no entienden mis síntomas, ni lo que vivo y me rechazan. Los busco para que me den cariño y atención, no dinero”, admite entristecida.
Deambulaba desnuda por el norte de Maracaibo y por el casco central, donde recibió algunas golpizas de los policías y de los buhoneros. Una noche caminó hasta el sector El Bajo, en San Francisco, según narró Bencomo, quien ha reconstruido su banco de memoria con los testimonios de los allegados, pues ella no recuerda con claridad los momentos en los que fue víctima de su patología. Oía voces que la llamaban, se deprimía y padecía de insomnio. Hoy, Jenny confiesa que luego de tres años bajo medicamentos y asistiendo a consulta, aprendió a controlarse y evita salir a la calle desvestida, pese a sus recaídas ocasionales.
Amor en las dificultades
En uno de sus períodos interna en el hospital, Jenny Bencomo conoció a Simón, el amor de su vida. Él también estaba en rehabilitación por consumo de drogas. En 2005, se casaron y tuvieron tres hijos. Su pareja pernocta en las calles y ella afirma seguir enamorada de él. “No lo he olvidado”, enfatiza sin titubear, a pesar de que su esposo solía agredirla físicamente.
“No he podido criar a mis hijos, por mi trastorno. No los conozco, los quisiera ver. Los dos varones me los quitó la Lopnna y hace poco, una familia adoptó a uno de ellos”. Una tarde, llegaron los representantes de la Ley Orgánica para Protección del Niño, Niña y Adolescente a su casa, en el sector Valle Frío, y alegaron recibir denuncias de que Bencomo estaba enferma y no podía criar a los niños. Tiene una hija, de 10 años, que ha criado su abuelo y con quien tiene permanente contacto.
Sí se puede
Jenny ahonda en su pasado y con arrepentimiento relató que intentó agredir con un cuchillo y con una tapa de alcantarilla a un atacante, que la ofendía, sin motivos, por su trastorno. Hoy día, asevera sentirse bien y sana. “A los que pasan por la misma enfermedad que yo o que viven en las calles les aconsejo que se rehabiliten, que busquen a los médicos especialistas y no abandonen sus tratamientos. Luchen, porque sí nos podemos recuperar. Es bueno sentirse así. Es posible reinsertamos en la sociedad”.
La mujer exhorta a la ciudadanía a no temerle a los que padecen de trastornos mentales y recalca que en esos casos es determinante el cuidado familiar, al igual que la comprensión y la aceptación de “los enfermos como nosotros”. Ella aguarda ansiosa el día en que sus allegados la incluyan, nuevamente, dentro círculo familiar.
“El núcleo familiar también debe conocer el trastorno de su allegado y las medicinas recetadas, para que les administren los fármacos que consume. La recaída depende de la conciencia que se tenga de la enfermedad”, enfatiza Damelis Salazar, supervisora del programa de reinserción social del espacio para esquizofrénicos en Maracaibo. La mejora y estabilidad emocional es posible, siempre que haya una medicación y asistencia médica.
La familia ante todo
La coordinadora de Catesfam ratifica la necesidad de una alimentación balanceada y la perseverancia de la familia en la sana recuperación del paciente, porque para el enfermo esquizoafectivo es tortuoso hacerlo solo. En el cuadro asintomático se manifiestan alucinaciones, pensamientos desorganizados, depresiones, descuido personal, aislamiento, psicosis y agresividad, de acuerdo con Salazar.