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Desde que empezamos a tomar conciencia de la crisis, las voces de la indignación no exigían otro régimen político distinto a la democracia, sino todo lo contrario: pedían su realización auténtica. Se habló entonces de falta de legitimidad de la política, pero los representantes y las instituciones eran legítimos, como lo son ahora. Lo que había sufrido un serio desgaste era la credibilidad de unos y otras, lo cual resulta gravísimo para la vida cotidiana, porque sin confianza no funciona la democracia.
Una sociedad democrática tiene como punto de partida la existencia en ella de desacuerdos, y parte de su tarea consiste en generar acuerdos, porque son los miembros de esa sociedad los que tienen que resolver sus problemas y no puede haber exclusiones. Las sociedades democráticas tienen que ser un sistema de cooperación.
En las totalitarias y dictatoriales la tarea política se reduce a clausurar medios de comunicación molestos, a silenciar a los disidentes con la cárcel, el asesinato y otros medios persuasivos. Pero en las democracias este modo de proceder está desautorizado de raíz, porque los destinatarios de las leyes, los ciudadanos, tienen que ser de alguna manera sus autores, y son ellos los que tienen que encontrar los puntos comunes, directamente o a través de representantes.
Algunos piensan en agudizar los desacuerdos de los que se parte, convirtiéndolos en conflictos que instauran la política amigo-enemigo, hasta “asaltar los cielos” y desde ellos forzar la supuesta utopía del mundo nuevo. Como decían los viejos inquisidores, no se puede dar las mismas oportunidades a la verdad que al error. De donde se sigue que la defensa del pluralismo y la tolerancia serían papel mojado. Pero en el ámbito político hablamos de legitimidad de las instituciones y de justicia de las normas. Y las decisiones acerca de lo justo y lo injusto requieren el uso público de la razón desde el respeto y la tolerancia. Según el índice de democracia, elaborado por The Economist, que pretende determinar el rango de democracia de 167 países, en los últimos años son países escandinavos los que figuran a la cabeza de la clasificación.