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Asombrados vemos por la televisión cómo gente pobre con uniforme golpea, mata y reprime a gente pobre, hambrienta; todo esto para beneficiar a gente con vastos recursos económicos: con uniforme, sin uniforme, sin hambre y con los lujos que da el poder. La imagen transmitida por un medio de comunicación en poder de un dictador, no acabará con la guerra ni podrá alimentar a 100 personas, pero puede alimentar las mentes y, a veces, hasta cambiarlas. El violinista venezolano que aparece en las marchas y que ha sido enviado a los calabozos de la tiranía fortalece el pensamiento opositor, por eso lo acosan.
Las imágenes de represión uniformada han sido satirizadas mediante la prensa escrita, el cine y la televisión por comediantes que han hecho reír a miles de personas. Recientemente, el Ejército de Birmania presentó una demanda contra British Ko Ko Maung y Kyaw Min Swe, por la publicación de un artículo que satirizaba el proceso de paz con las guerrillas del país. El trabajo periodístico, ironizó sobre una película propagandística producida por la Fuerza Armada para conmemorar su 72.° aniversario y sugirió que las guerrillas estaban unidas solo para pelearse entre ellas y que en el bando de enfrente, solo morían los soldados rasos, mientras los oficiales de alto rango, estaban cómodos en sus despachos; que los enfrentamientos se libran entre pobres con uniforme y pobres sin uniforme, pero los dos pasan hambre. No sé por qué esta situación me resulta conocida.
La pregunta que uno debe hacerse es: ¿por qué los sistemas autoritarios reaccionan tan mal ante el humor? Anton C. Zijderveld, conocido por su obra Sociología del humor, se dedicó a investigar el rol del humor en la sociedad. “El comediante juega con los valores de una sociedad, lo cual genera una tensión, y así nace la broma”, explica.
En Siria el caricaturista Ali Ferzat fue atacado en 2011 en su casa por personas que lo golpearon y torturaron. Le quebraron un dedo para “darle una lección”. El delito del cual se lo acusa: insultar al presidente sirio, Bashar Al Assad. Pero la dictadura no logró prohibirle seguir con su arte. Desde que sus manos sanaron, siguió dibujando con más humor que nunca. Claro que ahora vive en Kuwait, en el exilio. Esos son los riesgos que deben ser afrontados para seguir defendiendo la libertad de expresión y pensamiento, en Venezuela y el mundo.