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Es inaudito que el régimen se oponga a la solución de los problemas vitales de los venezolanos. Su insensibilidad social llega a límites inimaginables al negarse a aceptar ayuda humanitaria para atender urgencias de salud y la vergonzosa hambruna imposible de esconder ante el mundo, sólo por no admitir el estruendoso fracaso de su socialismo del siglo XXI. Hasta los simpatizantes internos y externos reconocen que esa forma de organización social no ha sido viable en ninguna parte del mundo, mucho menos en el siglo del desarrollo del conocimiento debido a los avances vertiginosos de la ciencia y la tecnología.
Buena parte de la solución de nuestros problemas económicos está en el incremento de la producción de bienes y servicios internos si se aprovecha la altísima capacidad ociosa del debilitado aparato productivo interno, y el explosivo aumento de los precios, previsibles como consecuencia de un prolongado e indebido control de los mismos por años. La superintendencia de costos y precios justos es hoy una entelequia burocrática que forma parte del aparataje de terror contra el empresariado.
Recientemente los empresarios venezolanos agremiados en Fedecámaras, reunidos en el Estado Portuguesa, hizo un nuevo pronunciamiento con propuestas resumidas en 17 puntos, que la sensatez política y económica obliga a considerar como una nueva contribución para superar la crisis y reemprender el camino del crecimiento económico. Lo que se aspira es tener reglas de juego claras y sostenidas; medidas correctivas de las distorsiones sectoriales, garantías de funcionamiento para inversores y trabajadores, lo cual beneficiaria también la gestión tributaria del Estado.
Sería deseable que el régimen dejara atrás sus complejos ideológicos, adoptara las medidas económicas necesarias para enrumbar el desarrollo económico; enfrentara decididamente la corrupción y la delincuencia también entronizada en el poder, pensando más en la población y el futuro de la nación. Sabemos que los cabecillas del régimen no toman en cuenta ninguna de las propuestas que se le han hecho desde hace tiempo por varias instituciones del país. Por dignidad nacional deberían dimitir, renunciar, para que otros venezolanos más formados y mejor intencionados se encarguen de dirigir al país con nuevas ideas, con planes bien concebidos, con nuevos bríos.
La única revolución palpable en nuestro país es la revolución de las expectativas crecientes de la gente que avanzan con la fuerza de un huracán; que aspiran a opinar, participar e influir sobre las decisiones que los afectan y que esperan por un liderazgo con una oferta superior a la del paternalismo de Estado que vulnera su dignidad.